Queridos amigos:
Uno de los errores más frecuentes en la historia de la
estrategia es la tendencia de los líderes a prepararse para el próximo
conflicto considerando que será
igual al anterior. Este aserto suele
ejemplificarse con la construcción por parte de Francia de la “Línea Maginot”,
un conjunto de defensas estáticas que se adaptaban a la situación de guerra
de trincheras que dominó la primera
guerra mundial. Sin embargo, los alemanes aprovecharon el avance de la
tecnología y con el rápido
desplazamiento de fuerzas mecanizadas operando con una táctica que denominaron
“blitzkrieg” (guerra relámpago) flanquearon y desbordaron a las defensas
estáticas francesas y conquistaron Francia en seis semanas, en el comienzo de
la que fue la segunda guerra mundial.
Es probable que la señora presidente, única y aparentemente exclusiva estratega del Frente para la Victoria, no haya estudiado estos ejemplos y que, guiada por la experiencia y la intuición, haya considerado que si en el 2011 bastó con su omnipresencia en la campaña para obtener el 54 por ciento de los votos ahora todo seguiría el mismo rumbo. Por ello volvió a designar personalmente a los candidatos según su gusto sin atender a encuestas, méritos, ni historia, nacionalizó la campaña y como se dice vulgarmente “se cargó al hombro la elección”. Evidentemente fue demasiado peso.
Entre la contienda electoral del 2011 y la del 2013, la economía sufrió un grave deterioro que se manifiesta con una inflación desenfrenada, la inseguridad siguió socavando la tranquilidad pública y los hechos de corrupción comenzaron a ser percibidos y tener resonancia por la denuncia eficaz de periodistas muy bien alimentados con información fidedigna y pruebas sólidas.
Debemos considerar también que el llamado “cepo al dólar” ha generado, más allá de la imposibilidad de ahorrar en moneda fuerte, la sensación de estar de alguna forma privados de la libertad de trasponer las fronteras, de una forma más sutil pero no menos eficaz y enojosa que una prohibición lisa y llana, y que la sola idea de que se modificara la Constitución para que la actual presidente pudiera perpetuarse en el poder con su absolutismo y sus modos agresivos y soberbios generaba una zozobra insoportable.
Algo pudo haber intuido el gobierno a partir de las marchas multitudinarias que pusieron el descontento a la vista y en las calles, pero la confianza en la magia del aparato y en la seducción del relato oficial era tan grande que la derrota electoral del 11 de Agosto no solo sorprendió al gobierno sino que además lo desconcertó.
Los psicólogos que estudian las reacciones humanas ante las pérdidas o las derrotas de cualquier orden mencionan la existencia de un período de duelo en que se desarrolla un proceso que, en general, se diferencia en cinco fases. Citando a la Doctora Elisabeth Kubler Ross mencionamos esas fases como de negación y aislamiento, ira, negociación o pacto, depresión y aceptación. Visto que el gobierno no se comporta como una organización con estructura, institucionalidad y racionalidad sino que se personaliza y corporiza exclusivamente en la figura de la presidente Cristina Fernández, es lícito analizar la reacción ante el fracaso electoral como un duelo personal.
La presidente se presentó ante sus seguidores y ante los medios la noche de la elección negando la derrota con el pueril argumento de que la suma de los votos del Frente para la victoria en todo el país superaba a cualquiera de los partidos opositores en forma individual. Dado que los diputados y senadores se eligen por provincia su afirmación constituye una falacia ya que el éxito hay que medirlo en términos de cantidad de legisladores ganados por el oficialismo y la oposición pero esta actitud negadora fue el primer síntoma del sentimiento de duelo. La segunda fase, la de la ira, se desencadenó el miércoles en el escenario de Tecnópolis, la feria privada del oficialismo pagada por toda la sociedad, y fue otra vez la señora presidente la que protagonizó la catarsis.
La presidente menospreció el resultado de las urnas, amonestó a unos y a otros, y se permitió pedir tener por interlocutores a los verdaderos jugadores y no al “banco de suplentes”, asignando a los políticos argentinos la condición de títeres de las corporaciones y asumiéndose como la única figura política digna de ser considerada y tratada como tal. En un momento, mirando a la pantalla de la televisión sin voz, podía verse a una figura desencajada, señalando con sus índices ora a la derecha y ora a la izquierda personificando la imagen viva de la ira desatada. La nota de color la puso el destaque del triunfo en la Antártida, al que le atribuyó representar el aval militar al muy criticado proceso de reaprovisionamiento de las bases en ese continente y el triunfo en una escuela situada en la zona en que habita la castigada comunidad Quom de Formosa. Si no por banales, estas afirmaciones pierden todo sustento tanto por el reducido número de sujetos que votaron en la Antártida como por la afirmación del líder de los Quom de que no fue su comunidad quien votó en la escuela de marras. Pero el fondo de la cuestión es la demostración de enfado propia de un duelo en pleno desarrollo.
Lo cierto es que las PASO nos revelaron que el gobierno no solo ha perdido la mitad de los votos que lo acompañaron en el año 2011 sino que tiene ahora a un candidato con apetencias presidenciales, Sergio Massa, al que no controla ni con la política ni con la caja, en momentos en que ha perdido las posibilidades de soñar con una reelección presidencial. Esperamos con expectativa que se desencadenen las otras etapas del duelo, pasando por la negociación, el dolor y finalmente la aceptación, que debería traducirse en un acuerdo con la oposición triunfante para transitar con orden y calma los dos años que aún restan de gobierno del FPV. La alternativa, que respondería a la naturaleza confrontativa mostrada hasta el presente, será atacar duramente al nuevo oponente con buenas y malas artes y profundizar la presión sobre los sectores empresariales y productivos para sobrevivir sin hacer concesiones al sentido común. Un escenario verdaderamente crítico.
Fuera de las
contiendas políticas la calle sigue ardiente. En el conurbano sufrimos cinco
muertes en 72 horas en hechos delictivos mientras que cada día nos conmueve
algún accidente masivo revelador de una Argentina sin controles ni orden
social. La Unión Industrial Argentina ha manifestado su preocupación por el
déficit energético y los productores agropecuarios afirman que no tienen
rentabilidad. Investigaciones privadas informan que en los últimos diez años se crearon más de un millón
de empleos públicos en el marco de un
Estado tributariamente voraz y filosóficamente clientélico. La inflación ya es
tema del diálogo cotidiano y más alejado
de la percepción ciudadana, pero
ferozmente peligroso, está el deterioro permanente de las reservas en divisas que siguen una curva proyectiva descendente
que, acelerada por el pago de deuda, amenaza con un colapso en un período no
mayor a los dos años si no se modifican las proyecciones con políticas
enérgicas.
Ante lo crítico del panorama es lícito preguntarse porqué
hay tanta apetencia por ocupar o mantenerse en un gobierno que tiene que
enfrentar tan duras condiciones económicas y sociales en un país con una sociedad exigente e impaciente como
pocas. Debe ser, sin dudas, que el éxtasis del poder compensa todos los
esfuerzos que se necesitan para acceder
a tan preciado premio.
Quien haya vivido la excitación de una jornada de elecciones desde la posición de candidato sabe de la adrenalina que comienza a sentirse desde la mañana del gran día. De las nerviosas comunicaciones hasta asegurarse que fiscales y boletas propias están instalados en cada escuela. De las denuncias y las llamadas nerviosas y desesperadas. Del clamor del ¡faltan boletas! hasta la voz tranquilizadora que dice que nuestras pilas están bajando muy bien y se reponen enseguida. Y finalmente llega la hora del recuento. Minutos interminables hasta recibir la información de “los primeros cómputos”, de las cinco mesas en algún lugar que nos hacen llenar de ilusiones o desazón según cuales fueran nuestras expectativas. Finalmente, cuando llega el momento de la verdad, de los números fríos e implacables, hay un vencedor que sonríe embriagado de euforia y muchos que disimulan su desilusión con el consuelo de haber participado con dignidad. Hay también ridículos que nos quieren vender derrotas por victorias pero de eso ya hemos hablado.
En nuestro pequeño espacio de idealistas luchadores de la buena política esta vez logramos con el último aliento superar la barrera de las PASO y seguir en carrera hasta Octubre. Mantenemos nuestros sueños de poder instalar algún candidato de los que no se venden ni se alquilan en el Congreso de la Nación y al alcanzar el número mágico del 1,5 por ciento festejamos con la alegría del que dejó todo en la contienda. Hasta lo kilos que se fueron con la angustia y los ahorros con los viajes de campaña. Es cierto que la política parece ser solo para los lobos y los poderosos pero, por fortuna, siempre habrá un soñador dando la buena pelea y ahora hasta hay para ellos un nuevo apotegma “Si el padre Bergoglio pudo llegar a ser el Papa Francisco, todo sueño es posible”.
Sigamos adelante que los resultados de la última elección parecen abrir la puerta al comienzo del gran cambio con el que estamos esperanzados.
Un abrazo para todos y una sonrisa para los que todavía conservan un niño en el alma.
Juan Carlos Neves, Nueva Unión Ciudadana
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