por Ricardo Angoso
Hasta ahora tenía una pésima imagen de nuestro Comandante en
Jefe, el presidente de la República Juan Manuel Santos, pero en estos días he
cambiado de opinión. Hasta ahora viéndole mentir, maquillar cifras y exhibir su
retórica hueca carente de contenidos concretos, aparte de otras cosas que
darían para un ensayo de psicología política, pensaba que era un vulgar
embustero. Incluso había llegado a decir públicamente que era un cínico o un
hipócrita, o ambas cosas a la vez, pues la política colombiana da para esta
combinación y mucho más.
Pero no, nuestro presidente Santos, y siento contradecir a
sus contradictores, no es ni un mentiroso, ni un hipócrita, ni un cínico. Nada
de eso, el diagnóstico era otro. Santos es, ni más ni menos, un delirante, un
líder que se cree su propio delirio, una persona que vive en la excitación de
su propio poder y que no obedece a ninguna razón objetiva ni a su propia
voluntad. Santos no miente, ese es el verdadero problema, sino que se cree su
propio delirio y se mantiene como un hombre obnubilado presa de sus
fascinaciones y fantasías. Esta dura comprobación me ha dejado sumido en la más
profunda de las tristezas, cuán equivocado estaba.
Le pasa como a su gran amigo (y difunto) Hugo Chávez, que
también se creía su propio delirio y que vivía en un planeta imaginario sin que
pudiera percibir, ni mucho menos atisbar, la tragedia a la que había llevado en
apenas algo menos de tres lustros a su país. Se sentía, incluso, feliz y
orgulloso, como otro de los grandes delirantes de la historia, Nerón, que
cuentan las crónicas de la época que ordenó quemar Roma para decorarla a su
gusto y que cantaba con una lira cuando la urbe ardía. Al morir, tras sufrir
una conspiración a los 31 años, dicen que Nerón gritó:"¡Qué gran artista
muere conmigo!". Nerón fue el primer gran delirante, se sentía un genio
político y militar y no admitía que nadie pusiera en entredicho sus opiniones.
NERÓN, CHÁVEZ,
SANTOS: VIDAS PARALELAS
Nerón, Chávez, Santos, qué tres grandes delirantes. Es una
lástima que en esta época mediocre e inculta, grosera y analfabeta, en que
nuestros líderes alardean de no haber leído ni un solo libro en su vida, como
Evo Morales, no tengamos a un Plutarco que nos hubiera ilustrado sobre estos
personajes con los que convivimos muy a nuestro pesar. Es una desgracia para
América Latina que líderes de este tipo, incapaces de citar a un clásico o un
libro que hayan leído recientemente, nos gobiernen y casi nadie les cuestione.
¿Han escuchado algún mensaje de corte intelectual, alguna cita clásica, algún
libro de actualidad, en la boca de Santos? No hay nada de nada dentro de él, su
pobreza intelectual es insultante viniendo de una oligarquía que le dio todo y
teniendo en cuenta que vivió fuera de su país durante décadas. Hasta estudió en
Londres, pero en fin lo que natura non da, Salamanca no presta.
Santos es tan solo un delirante que se cree sus propios
delirios y que trata de hacérnoslos creer a los demás, pero claro hay que estar
muy loco para creerse tantas boutades, majaderías y sandeces que a lo largo de
uno de sus discursos transmite nuestro presidente. Ni siquiera sus ministros,
ni sus fieles lacayos de la corte mediática, se lo creen. No se lo cree nadie.
Asienten, se miran entre ellos, callan, sonríen, bostezan y hacen el pariré para
no caer desgracia, pero en sus fuero interno se mean de risa y saben que el
presidente delira, es decir, que desvaría y ha perdido la razón por una
enfermedad o una fuente de pasión. Le ríen las gracias para seguir en el poder
y seguir cobrando la nómina, una razón muy loable para aguantar a un delirante.
Yo también lo haría, ¿o no?
¿Pero cuál es la razón por la que Santos sufre el delirio?
Ni más ni menos que su amor al poder y a la gloria. Santos trata de pasar a la
historia de la Nación al precio que sea, incluso traicionando a su clase, la
oligarquía, como anunció hace unos años. Ahora quiere ser, tras haber fracasado
en su proyecto de país, el hombre que trajo la paz a Colombia al coste que sea,
aun otorgando la impunidad a los terroristas y abriendo la caja de pandora a un
pos-conflicto de inciertos escenarios.
A él, a Santos, al delirante, le da igual, ya solo busca la
gloria y quizá los efluvios del reconocimiento internacional a través del Nobel
de la Paz. Mientras eso llega, y el país arde por los cuatro puntos cardinales,
Santos sigue cantando con su lira los viejos delirios que hablan de paz y
prosperidad social, dos cantinelas que ya no se cree nadie pero que suenan muy
bien y repiten hasta la saciedad su cohorte de aduladores a sueldo. Qué tragedia
romana en pleno siglo XXI.
NOTA: Las
imágenes y negritas no corresponden a la nota original.
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