por Ricardo Angoso
El problema con
respecto a Rusia es que no parece haber pasado el tiempo, es decir, que sigue
viviendo de las glorias pasadas y que no ha asumido que la Guerra Fría, que
puso fin al imperio soviético, ha llegado a su fin. Cuando se disolvió la Unión
Soviética y dio pasó a quince naciones soberanas, Rusia quiso seguir
conservando su influencia en esta parte del mundo y aplicó en estos territorios
la doctrina de la soberanía limitada, más conocida como la "doctrina Brezhnev", que consiste en que las nuevas
entidades políticas no tienen una completa independencia y que Moscú se reserva
el derecho a intervenir militarmente cuando sus intereses se vean perjudicados.
El espacio dejado por
los soviéticos en el antaño bloque comunista, en Europa del Este, fue
reemplazado por la Unión Europea (UE), en el campo político y económico, y la
OTAN, en el terreno militar, dando paso a un nuevo liderazgo en esta zona
antaño de influencia rusa. Rusia nunca admitió que las instituciones
occidentales minaran su liderazgo en Europa y que la mismísima Alianza
Atlántica, que fue su gran enemigo en tiempos de la Guerra Fría, fuera a
instalarse en las misma frontera de lo que fue su imperio. No olvidemos que
tres Estados bálticos antiguos miembros de la Unión Soviética (Lituania,
Letonia y Estonia) fueron incluidos en la OTAN y que la antigua Europa del
Este, desde Polonia hasta Rumania, también se adhirió a esa alianza militar
liderada por los Estados Unidos.
DE
MOLDAVIA A LA GUERA CIVIL EN UCRANIA
Rusia se opuso a
estas inclusiones en el bando europeo y occidental, pero no pudo hacer nada por
evitarlas. Sin embargo, la primera señal de aviso llegó pronto -incluso mucho antes
de que se conformara esta ampliación de la OTAN-: en 1992, una vez que Moldavia
se había independizado, el XIV Ejército Ruso, con ayuda de algunas milicias
prorrusas locales, se hizo con el control de unos 4100 kilómetros cuadrados en
una zona conocida como la "República de Transnistria", entidad no
reconocida internacionalmente y que se encuentra situada en la frontera entre
este nuevo Estado y Ucrania.
Tras una breve guerra
civil, que se desarrolló entre marzo y julio de 1992, se firmó un alto el fuego
que dura hasta hoy sin que haya perspectivas de una resolución política de un
complejo contencioso no ajeno a los ingreses de Moscú. En la contienda, breve
pero muy dura e intensa, hubo unas diez
mil víctimas mortales y miles de desplazados, sobre todo moldavos expulsados de
sus casas por su simple origen étnico. Tan solo Rusia, como era de prever,
reconoció a esta pequeña entidad y al día de hoy ningún otro Estado lo ha
hecho; incluso Moscú abrió en la capital de esta entidad, Tiraspol, un consulado
ruso que sigue operando al día de hoy.
También Georgia fue
víctima de la codicia rusa a la hora de preservar y controlar los territorios
que considera como suyos y donde viven significativas minorías rusas. Una vez
declarada la independencia de Georgia, en 1991, inmediatamente se desataron los
conflictos y guerras en clave etnopolítica en este pequeño país de apenas
70.000 kilómetros cuadrados y casi cinco millones de habitantes. Fruto de estas
tensiones y aspiraciones secesionistas, sobre todo provenientes de la comunidad
rusa, se segregaron mediante la violencia la "República de Abjasia" y la región conocida como "Osetia del Sur". Ambas
contaron con el apoyo militar de fuerzas rusas y también locales, en una guerra
que perdió Georgia y que le ocasionó miles de víctimas y también unos 300.000
desplazados en su propio país.
En el año 2008, tras
haber fracasado todas las tentativas de diálogo para resolver estos dos
contenciosos, las autoridades georgianas, en un hecho poco calculado y muy
desafortunado, intentaron tomar por la fuerza esos territorios, pero fracasaron
tras una ofensiva rusa que llegó a las puertas
de la capital georgiana y que derrotó de una forma humillante a las
fuerzas de Tiflis. Hoy los dos territorios se consideran asimismo "Estados independientes" y
sobreviven a merced de la ayuda política, económica y militar de Moscú; tan
solo fueron reconocidos como nuevos países por Venezuela y Nicaragua, en una
acción más pintoresca que significativa en términos diplomáticos.
En definitiva, Rusia
ha tratado de preservar su fuerza e influencia en una zona que considera como
suya y siempre ha visto como una interferencia la presencia de los Estados
Unidos y la UE en lo que fue su área de interés. El Cáucaso, por ejemplo, ha
sido una zona tradicionalmente disputada entre Rusia y Turquía, habiendo sido
repartidos sus pequeños Estados en estas dos áreas de influencia; una lógica
política y militar incluso ha sobrevivido hasta hoy. Georgia está claramente en
la zona de influencia de Turquía y ha consolidado sus lazos económicos con
Ankara y el principal aliado de los turcos en la zona: Azerbaiyán. De la misma
forma, Georgia se ha alejado de la unión aduanera que ha promovido Rusia con
Bielorrusia, Kazajistán y a la que recientemente se incorporó Armenia, y ha promovido
un acuerdo de libre comercio con la UE, sin dejar de lado que este país ya se
ha expresado oficialmente a favor de integrarse en la OTAN.
LA
TORPEZA DE TURQUÍA DEJA A ARMENIA BAJO LA ÓRBITA RUSA
Paradójicamente,
Georgia tiene buenas relaciones con el mejor aliado de Rusia en la zona,
Armenia, país que ha quedado en la órbita de intereses geoestratégicos de Moscú
a merced del injusto bloqueo a que se ha visto sometida por Azerbaiyán y
Turquía. Ankara, en una línea muy nacionalista, sigue negándose a reconocer el
genocidio armenio e incluso ha tratado de opacar las celebraciones de estos
luctuosos sucesos (1915-2015) a celebrar en Yereván el próximo mes de abril,
tratando de conmemorar en esos días, en un hecho ruin y miserable, el cien
aniversario de la batalla de Galípoli.
Rusia seguirá siendo
un actor de peso en esta parte del mundo y la línea roja es de sobra conocida:
la ampliación de la OTAN hacia el Este. Las aspiraciones europeístas y
atlantistas de Ucrania, tras la caída del ejecutivo prorruso de Victor
Yanukóvich, fueron el detonante de la descarada intervención de Rusia en la
planificada segregación de Crimea y posterior integración en la "madre patria". También se vio
la mano de Moscú en la guerra civil de Ucrania entre las regiones prorrusas y
el ejército fiel a Kiev, que fue machacado, humillantemente derrotado y que
sufrió miles de bajas. Asistimos a una reactualización de la doctrina
estratégica rusa, tanto en el Cáucaso como en Europa y Asia Central, pero no a
un cambio en sus objetivos y en sus límites geográficos. Moldavia, Georgia y
Ucrania estaban dentro de esos límites, mientras que los países bálticos, que
siempre estuvieron en litigio entre los grandes poderes europeos y que nunca
ocultaron sus ansias nacionalistas, quedan fuera de los mismos. La historia,
como vemos, siempre responde a unas lógicas políticas que a veces permanecen
inalterables durante siglos.
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