"Las
FARC quieren lograr en la
mesa
de negociación
lo que no
consiguieron
con las armas"
Alfredo
Rangel
Director
del Centro
Seguridad y
Democracia
de
Colombia
Analista
político, articulista y economista, Alfredo
Rangel es,
quizá sin género de duda, uno de los
grandes
expertos colombianos en materia de
seguridad y
defensa y lucha antiterrorista. Desde su
puesto de
director del Centro de Seguridad y
Democracia de
Colombia, Rangel nos pone al día
sobre el
momento que vive su país y acerca de las
cruciales
negociaciones que se desarrollan en La
Habana entre
la organización terrorista Fuerzas
Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC) y
representantes
del Ejecutivo del presidente Juan
Manuel Santos
Qué noticias tiene de qué está ocurriendo mientras las partes negocian
una vía hacia la paz en La Habana?
La verdad es que el
proceso hasta ahora ha tenido muy poca transparencia. Es muy poco lo que
transciende y lo que realmente se sabe del desarrollo de las discusiones entre
las partes, de la búsqueda de los acuerdos. La guerrilla ha predominado
claramente en el escenario mediático, ha tenido muchas más iniciativas y se ha
pronunciado más de fondo que los negociadores en los temas que están en
discusión en la mesa. No así el Gobierno, que hace mutis por el foro, sin haber
expresado claramente cuál es su margen de negociación en estos puntos que están
sobre la mesa y se están tratando.
Pero yo creo que, en
general, en el proceso gravita una gran incertidumbre porque la soberbia y el
cinismo de las FARC no dan confianza a la opinión pública acerca de su real
voluntad de paz.
Por otra parte, también
está la manera en que las FARC han negado su relación con el narcotráfico sin
haber sido un tema en la mesa de negociaciones, a pesar de que todo el mundo
sabe que esta organización terrorista es ya el primer cartel de la droga en Colombia.
Eso no da confianza, desde luego.
Luego también han negado que hayan producido víctimas a esta sociedad,
cuando todo el mundo conoce al detalle que decenas de miles de colombianos han
sido víctimas de las FARC de una manera o de otra.
Las
FARC niegan haber provocado esas víctimas con sus ataques y, por supuesto, se
niegan a repararlas. Y este asunto, siendo la reparación de las víctimas una condición
necesaria para cualquier acuerdo de paz, crea una gran incertidumbre y genera
desconfianza.
Las
FARC ya han dicho que nunca repararán a las víctimas. Las FARC niegan tener
secuestrados en su poder, mientras que el mismo Gobierno asegura que hay más de
400 rehenes civiles en su poder. La guerrilla de las FARC sigue reclutando
niños para la guerra, sigue sembrando el territorio nacional de minas antipersonas,
que producen miles de víctimas anualmente en los campos del país, y
adicionalmente incumple el acuerdo firmado con el Gobierno para negociar los
famosos cinco puntos fijados en la mesa de las negociaciones.
Para
la guerrilla, las negociaciones se basan sobre esos cinco puntos y otros que
han añadido en las conversaciones, como son algunos asuntos sociales, políticos
y económicos que afectan al país.
Las
FARC no tienen ninguna representatividad social ni ninguna legitimidad política
en el país; todas las encuestas coinciden en que el 98% de los colombianos
rechazan y repudian a la guerrilla. Así que los colombianos no podemos aceptar
que con las FARC se negocien o se resuelvan de alguna forma u otra unas
reformas estructurales en los campos que están buscando, que pasan por querer imponer
un modelo “bolivariano” a Colombia, tal como lo dicen a las claras en sus
documentos y que es lo que realmente están buscando. Las FARC quieren conseguir
a través de la mesa de negociaciones lo que no consiguieron a través de las
armas.
¿Es usted, como el 70% de los
colombianos, escéptico con el actual proceso de paz?
Exacto. Pienso como el 70% de los colombianos, en el
sentido de que las conversaciones de paz no van hacia ninguna parte y que no auguran
ninguna posibilidad de éxito porque me parece que este asunto está muy mal
planteado desde el comienzo. Los anteriores seis procesos de paz que han tenido
éxito, entre ellos el acontecido con el M-19 y otros menos conocidos, tienen
dos características fundamentales y comunes: el éxito se debe a que antes de
sentarse a negociar con el gobierno estos grupos, cada uno de ellos, han cesado
de manera definitiva la violencia y el terrorismo, siendo este punto de partida
una precondición que han puesto los sucesivos gobiernos para sentarse a
negociar e iniciar los diálogos de paz. Entonces, el cese de la violencia y el
terrorismo se convirtió en una constante para llevar a cabo el proceso de paz y
llegar a acuerdos. Y la segunda característica de esos procesos, tal como me
refería antes, tiene que ver con que en ninguna de esas negociaciones con esos grupos
se han puesto encima de la mesa asuntos de la agenda nacional que atañen a todo
el país.
En esos casos, de lo que se habló es de la
desmovilización, de su desarme, de su reintegración en la vida social del país.
Pero, en este caso, el Gobierno está repitiendo errores del pasado, como fue el
proceso del Caguán (bajo la presidencia de Andrés Pastrana), cuando se
realizaron unas conversaciones en medio de la confrontación y el conflicto,
sufriendo el azote de la violencia y el terrorismo, que claro no llevó a
ninguna parte y fracasó. Luego hubo una agenda amplísima de temas de
negociación encima de la mesa y el resultado ya lo conocemos: el fracaso del
Gobierno y su humillación pública por los terroristas.
En el caso que nos
ocupa, está claro que la guerrilla de las FARC ha aceptado estas negociaciones para salir de su
marginalidad, del hueco en que se hallaba tras ocho años de la política de
seguridad democrática (bajo el mandato del presidente Álvaro Uribe) y
padeciendo una situación de postración militar y política. Para salir de ese
momento de adversidad las FARC aceptaron las negociaciones que les ofreció el
Gobierno y dijeron que sí a los cinco puntos que se propusieron en las
negociaciones, pero la guerrilla, que es muy mañosa y muy tramposa, ha logrado
tirar de todos esos puntos y ha conseguido introducir entre ellos prácticamente
todos los temas nacionales, como el tema agrario, que lo han extendido hasta la
minería y el petróleo. Quieren introducir en la agenda política de Estado que atañe
a las esferas energética e industrial. Incluso quieren incluir en las
negociaciones los tratados de libre comercio de los cuales es signataria Colombia,
ya que consideran que atentan contra la soberanía alimentaría del país y, por
tanto, habría que revisarlos. Exigen renunciar y rechazar los once tratados de
libre comercio que tiene firmados Colombia con otros países. Así,
sucesivamente; exigen reformas tributarias y van incrementando sus demandas, en
el sentido de ir haciendo reformas estructurales para llegar a la paz
definitiva.
Tienen un discurso claramente radical sobre muchos aspectos y pretenden
imponerlo al coste que sea en la mesa de negociaciones.
¿Coincide su análisis con el que está haciendo el
presidente Álvaro Uribe acerca del proceso de
paz?
Yo creo que sí,
que es coincidente.
Es decir, ¿no se muestra tan optimista como el
presidente Juan Manuel Santos acerca del resultado que pueda dar el proceso
negociador?
Yo creo que la
visión del Gobierno es excesivamente candorosa, excesivamente ingenua, y si uno
hace memoria de cuando el presidente Santos anunció los diálogos de paz dijo
como argumentación, en un momento en que nadie los esperaba, que buscaba la paz
para hacer frente a la amenaza terrorista. Pero este asunto no estaba en el
guión, era algo nuevo. Santos se justificó diciendo que el mundo había
cambiado, que ya no había socialismo, que el país también había cambiado, que
era más igualitario y progresista, pero se le olvidó un detalle: haber
estudiado bien estos procesos antes de abordarlos, es decir, ver si la
guerrilla había cambiado.
Y ahora el
Gobierno se encuentra con la sorpresa de que la guerrilla no ha cambiado, que
es la misma que hace veinte o treinta años, que vive en el mismo radicalismo ideológico
y no ha sido capaz de evolucionar. Las FARC tienen el mismo discurso político, practican
la misma soberbia y el mismo cinismo de siempre y, en esas condiciones, es muy
difícil llegar a unas conversaciones de paz. El Gobierno de Santos ha pecado, en
ese sentido al que me referí antes, y no ha aprendido de los errores del
pasado, a pesar de que insiste en que no va a cometerlos, aunque ya lo ha
hecho, y esa es la mejor garantía para el fracaso del proceso. No olvidemos que
Santos no fue elegido con la bandera de los diálogos de paz con las FARC, sino de
la seguridad democrática, que implicaba primero someter a la guerrilla antes de
negociar con ella y exigirle unas condiciones muy duras antes de ponerse a
hablar con los líderes guerrilleros, como era el cese de la violencia y del uso
de las armas para imponer sus condiciones.
¿Cree que el éxito o el fracaso de este proceso van
a condicionar los procesos electorales previstos para el próximo año?
Creo que el
Gobierno, que se ha quedado sin agenda política después del estruendoso fracaso
de su reforma a la justicia y también de la reforma educativa, sacó de la manga
los diálogos de paz sin que nadie se lo esperase para tratar de presentar algún
éxito ante el país. El Gobierno ha puesto en estos diálogos con las FARC toda
la carne en el asador, es una apuesta máxima. La suerte de este Gobierno está
ligada totalmente al éxito o fracaso de estas negociaciones. Un fracaso en
estas conversaciones con las FARC llevaría también a un fracaso de este
Gobierno y le restaría muchas posibilidades para la reelección (a Santos); y un
éxito, por el contrario, podría llevarle al Gobierno a una victoria, a
incrementar sus posibilidades electorales y políticas, pero yo insisto que todo
lo que hasta ahora ha sucedido en estos diálogos apunta a que no se va a llegar
a un acuerdo. Mucho menos en el tiempo que ha establecido el Gobierno, que es
en noviembre de este año. La guerrilla de las FARC sigue insistiendo en que se
tienen negociar todos los asuntos de la agenda nacional, objetivo para el cual
no se necesitarían meses, sino años
para llegar a un acuerdo de paz. Y, claro, el país no va a tolerar unas
conversaciones prolongadas que no lleguen a ningún puerto y en medio de una
violencia que no cesa. El terrorismo ha seguido golpeando muy duro en los
últimos meses y es algo que el país tiene en cuenta. La paciencia se puede
agotar.
Cuando han pasado tres años de gobierno de Juan
Manuel Santos, ¿no cree que el balance es muy pobre, que ha habido muy pocos
avances en el país?
Absolutamente
paupérrimo, el balance que puede presentar el presidente al país es muy pobre.
Por ejemplo, si uno mira en términos económicos, las inversiones extranjeras que
han llegado al país, algo de lo que se jacta y presume el Gobierno, no son
proyectos nuevos, sino que venían del anterior Gobierno y son una simple continuidad;
en este Gobierno, en este aspecto, no se avanzó mucho. Luego está el asunto de
la ejecución de las obras públicas, donde el Gobierno ha batido el récord en la
no conclusión de las obras y las arcas están repletas de billones de pesos que
están en los bancos esperando para ejecutar esas obras; tiene el dinero para
hacerlas, pero no la capacidad. La economía está en retroceso, claramente, y
los mismos representantes de los gremios industriales aseguran que la industria
está paralizada. Los cafeteros están en la ruina. Los floricultores y bananeros
igualmente dicen que están en crisis. Las exportaciones descendieron el año
pasado, y los comerciantes también afirman que han tenido uno de sus peores años.
La economía está en un franco retroceso, es algo evidente. Mientras tanto, el
Gobierno dice que ha aumentado el empleo, pero lo que no dice que lo único que ha
aumentado es el empleo rural no remunerado, prácticamente el empleo familiar,
gente que no encuentra trabajo en la ciudad y que regresa al campo a trabajar
en su entorno familiar a cambio de la comida. Pero hay más aspectos en los
cuales no se avanzó nada, como en la salud, donde ha habido problemas desde los
inicios de este Gobierno. Tampoco consiguió sacar adelante una reforma de la justicia
y no ha habido la necesaria reforma de la educación; hay muchos asuntos de la
agenda del país que no han sido tratados y se han quedado sin solucionar. El balance
de este Gobierno cuando estamos ad portas de su tercer aniversario es muy
pobre, hay muy pocos aspectos positivos que se puedan destacar.
¿Y en términos de seguridad cómo juzgaría estos
años de gobierno de Santos?
En estos casi tres
años hemos tenido un retroceso ostensible que ratificado por las mismas cifras oficiales
que el Gobierno calla y oculta. Si se miran las cifras que ofrece el Ministerio
de la Defensa podemos constatar, por ejemplo, que el año pasado hubo un
incremento del 39% más de ataques a los oleoductos con respecto a años
anteriores; pero, en general, se incrementaron los ataques a la infraestructura
económica del país por parte de los terroristas. Los ataques a puentes en el
2012, hablo de voladuras de
estas obras de ingeniería, se elevó hasta el 400% con respecto al año anterior.
Los hostigamientos a la fuerza pública, según estos mismos datos del Ministerio
de Defensa, crecieron hasta un 13% más, las emboscadas, un 48%, y los ataques a
instalaciones militares, un 54%. Las acciones terroristas, descontadas las
anteriores, aumentaron un 95%, el número más alto de los últimos nueve años. La
extorsión, un delito muy difícil de evaluar porque muchas veces no se denuncia,
aumentó un 9% el número de casos, la cifra más alta de los últimos siete años
ateniéndonos a la fuente ya citada. Según nuestros datos, del Centro de
Seguridad y Democracia, el número de retenes de la guerrilla se incrementó en
un 151% y también, de acuerdo a nuestras fuentes, los grupos terroristas han
retornado al menos a cincuenta municipios de donde anteriormente habían sido expulsados
por los gobiernos anteriores durante la época de la seguridad democrática.
Estos datos nos dan una idea clara del retroceso que vivimos y
estamos padeciendo bajo este Gobierno.
Pero estos datos que usted me está dando se ocultan
a los medios…
Totalmente. Incluso
se jactan de que el homicidio está descendiendo, pero realmente, si mira las
cifras oficiales, solo ha bajado un 1%, lo que sería un estancamiento y no una
reducción. Durante los gobiernos de la seguridad democrática, el homicidio descendió
un 50% y de ahí en adelante se estancó la mejora en la lucha contra
este flagelo. Todo de lo que se jacta el Gobierno en materia de seguridad viene
de la época anterior, de los grandes avances que hubo en este sentido durante
los gobiernos de Álvaro Uribe y su estrategia de la seguridad democrática. Los
avances de ahora vienen de antes. La situación ahora es mucho más precaria, estamos
en un retroceso claro, y eso lo nota la opinión pública. La percepción negativa
de la seguridad pública ha pasado del 48% al comienzo de este Gobierno al 78%
actual, es decir, 30 puntos adicionales que valoran de una forma crítica la
gestión del actual Ejecutivo en este campo. El 78% de los colombianos valora
que hay más inseguridad hoy que hace dos años, eso lo dice todo.
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