"Sueña René Favaloro un país que nunca
fue".
Eduardo Falú
Eduardo Falú
El lunes, la divulgación del
porcentaje (35,4%) de pobreza que afecta a la población produjo un verdadero
tsunami en la clase política, la misma que se ha mostrado incapaz de encontrar
una solución al problema desde hace décadas; es más, quienes forman parte de
ella son los verdaderos responsables de esta situación, ya que el descontrolado
gasto público y la consecuente inflación son los factores que más inciden para
agravarla.
Resultaría ideal que, además, se
transformara en un terremoto que sacudiera la conciencia de todos, en especial
la de aquéllos que, desde la industria (reclamando sostener inicuas
protecciones) y el sindicalismo (como los camioneros de Moyano o los pilotos de
Aerolíneas Argentinas), luchan diariamente por mantener sus privilegios y
prebendas sectoriales, en claro desmedro del bienestar general.
La oportunidad en que se conoció el
dato -a sólo 27 días de las elecciones nacionales- habla bien de la honestidad
de un Gobierno que ha decidido pagar el costo de decir siempre la verdad, aún
cuando ésta, tan negativa, afecte en lo inmediato sus chances de revertir el
resultado de las primarias. Evidentemente, en Mauricio Macri se ha hecho carne
una frase de Jorge Luis Borges: "siempre
el coraje es mejor"; todos recordamos su ahora penosa apelación para
que se lo juzgara al final de su gestión, precisamente, por el nivel de
pobreza.
Esa actitud resulta contrastante con
las frescas imágenes que todos tenemos de Anímal Fernández sosteniendo, sin
siquiera ponerse colorado, que en Argentina había menos pobres que en Alemania,
y de Axel Kiciloff, que pretende convertirse en el próximo Gobernador de la
Provincia de Buenos Aires, afirmando que se había dejado de medir la pobreza
porque implicaba "estigmatizar"
a los afectados.
La multitudinaria manifestación de las
Barrancas de Belgrano del sábado pasado, con el cual se inició un raid de actos
similares en todo el interior del país, y el inesperado resultado de las
elecciones provinciales de Mendoza, el domingo, acompañado por algunas municipales
en esa y otras provincias, que marcaron una fuerte reversión de lo sucedido en
las PASO, retemplaron el ánimo de quienes, aún no adhiriendo a Cambiemos, están
desplegando un descomunal esfuerzo para evitar que se pierdan las libertades,
el respeto y la institucionalidad que han impregnado la vida de la República
los últimos cuatro años, y los enormes avances en materia de infraestructura y
en la relación con el mundo.
Es que todo ello demostró que aún es
posible esquivar el sino trágico de este raro país que, lamentablemente y pese
a los dos siglos que lleva en ello, aún no ha logrado transformarse en una
nación. Todos somos conscientes de las dificultades que deberemos enfrentar,
pero ya sabemos que, aunque improbable, no es imposible llegar a un ballotage
y, si lo conseguimos, de infligir a la canalla corrupta -que manda, como lo
demostró en las huelgas de pilotos aéreos y en los acampes callejeros- una
derrota homérica.
El primer efecto colateral
trascendente sería terminar con la incipiente impunidad que las veletas del
edificio de Comodoro Py parecen garantizar para los mayores ladrones
-funcionarios, gremialistas y empresarios- de la historia argentina, traducida
en demoras ya injustificables en el comienzo de los juicios orales, libertades
cuestionables y extraordinarios privilegios para los imputados. Tal vez también
produzca realineamientos en el Poder Judicial, incluyendo a la propia Corte
Suprema de Justicia, que ha comenzado a cogobernar el país, con fallos de neto
contenido político, de un modo por demás extraño.
Si el kirchnerismo, con esa eventual
derrota, finalmente desapareciera del escenario político o quedara reducido a
una mínima expresión, podrían darse las condiciones -que Cambiemos ahora
aceptaría sin dudar- de llegar a un gran acuerdo con la oposición peronista,
para compartir con ésta la responsabilidad de establecer políticas de estado
permanentes que, a futuro, terminen con la persistente decadencia nacional.
Debieran dirigirse a disminuir la pobreza, acabar con la inflación, y realizar
las indispensables reformas tributarias, laborales y jubilatorias que permitan
reducir drásticamente el insoportable gasto público, encarar la modernización
del sistema educativo y abrir, gradualmente, la economía.
Porque cualquier análisis serio de la
realidad concluye en que, quienquiera que sea el próximo Presidente, deberá
hacer las mismas cosas: bregar contra una crisis recurrente, renegociar la
enorme deuda, dejar de gastar lo que no se tiene, posicionar racionalmente a
nuestro país en términos geopolíticos. Y todo eso deberá hacerse en un mundo
convulsionado por innumerables y crecientes conflictos bélicos y comerciales,
con liderazgos cada vez más cuestionados e imprevisibles, y que se encamina a
una recesión peor que la que lo afectó en 2008; es decir, donde habrán
desaparecido todas -aún las más extravagantes, como la imaginada China-,
fuentes de financiación.
Los desafíos serán de tal magnitud,
que resultarán en la obligación de participar a las diferentes fuerzas
políticas porque, a esta altura de los acontecimientos, la disolución nacional
-incluyendo un final violento- claramente ha dejado de ser una entelequia.
Bs.As., 5 Oct 19
Enrique
Guillermo Avogadro
Abogado
E.mail: ega1@avogadro.com.ar
E.mail: ega1avogadro@gmail.com
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