Opinión
Edición Online | 20-06-2012 | 19:08
CRÓNICAS DE LA HISTORIA
Secuestro, martirio y muerte del coronel
Larrabure
Por Rogelio Alaniz
El coronel
Argentino del Valle Larrabure murió después de estar detenido 372 días en
una “cárcel del pueblo”. Todavía se
discute si fue suicidio o si lo mataron, aunque en cualquiera de los casos fue
asesinado o, si se quiere, empujado a la muerte.
“Mis enemigos son miedosos y pusilánimes
ante iguales y superiores. Impulsivos y autoritarios, ante débiles, cautivos y
desarmados. Valientes en las sombras, en la sorpresa o en el impiadoso dardo
arrojado por detrás...” Coronel Larrabure
El coronel
Argentino del Valle Larrabure murió después de estar detenido 372 días en
una “cárcel del pueblo”, cuyas
dimensiones eran de dos metros de largo por uno de ancho. El cadáver apareció
en un zanjón cercano a la ruta 178 en las inmediaciones de la ciudad de
Rosario. Los voceros del ERP, la
organización guerrillera que lo secuestró luego de haber tomado por asalto “La Fábrica Militar de Pólvoras y
Explosivos” de Villa María, anunciaron que Larrabure se había suicidado. El informe de los peritos dijo lo
contrario, que el coronel fue
ahorcado luego de haber sido sometido a torturas. Los hechos ocurrieron entre
el 11 de agosto de 1974 y el 19 de agosto de 1975.
La discusión acerca de los reales motivos de su muerte
continúa hasta la fecha. ¿Suicidio o asesinato? A los efectos de lo que a mi me
importa el debate carece de relevancia, porque en cualquiera de los casos Larrabure fue asesinado o, si se
quiere, empujado a la muerte. ¿O acaso no es “razonable” que una persona opte por quitarse la vida después de
estar encerrado durante un año en una tumba oscura, con la exclusiva compañía
de sus verdugos encapuchados y armados? ¿Cuesta mucho hacerse cargo de lo que
puede pasar por la cabeza de un hombre sometido a esos padecimientos? Desde el
punto de vista de un humanismo real e impenitente, ¿tiene algún sentido
discurrir acerca de si se suicidó o lo mataron, cuando en realidad Larrabure
fue desde el momento de su secuestro un muerto en vida?

Acá no se trata de un accidente, un caso de defensa
propia, del ajusticiamiento a un reconocido torturador. Larrabure fue secuestrado, sometido a tormentos y luego muerto de
manera deliberada. No lo matan por lo que hizo, sino por lo que es. ¿Y qué es? Militar, un militar con una excelente foja
de servicios, un virtuoso padre de familia y un técnico reconocido. ¿Qué
más? Por lo que se puede desprender de sus cartas y el testimonio de sus
familiares y amigos, una persona de profundas motivaciones religiosas, un
nacionalista militar que cree en las instituciones, el orden y las tradiciones
y, además, un hombre con convicciones, un incorruptible que sometido a la
tortura del encierro dispone de la energía moral necesaria para rechazar la
oferta que le hacen sus verdugos de poner sus conocimientos en materia militar
al servicio de la guerrilla.
Lo siento por algunos, pero la decisión de lavarle la
cabeza a un prisionero y luego ofrecerle un mejor trato a cambio de ponerse a
trabajar por una causa que detesta, me recuerda al almirante Massera y su siniestro proyecto de organizar un partido
político con la contribución intelectual de sus víctimas. ¿No fue esto acaso lo
que intentaron hacer con Larrabure?
¿Larrabure es
de derecha? Posiblemente. Y si así lo fuera, ¿autoriza ello a matarlo? ¿Cómo
calificar esa muerte? ¿Alguien puede decir sin ánimo de quedar en ridículo o
algo peor, que la muerte de Larrabure
fue un aporte a la liberación de los hombres? O sostener, por ejemplo, que se
trataba de una guerra y que en toda guerra se cometen excesos. ¿Escucharon
bien? ¡Excesos de una guerra! ¿No son esos los argumentos de los militares?
¡Que nadie se asombre! ¿O acaso no son los militares del Proceso y la guerrilla
los únicos que insisten en hablar de una guerra para justificar sus tropelías?

Las explicaciones de los dirigentes del ERP no han sido convincentes. Las
cartas que se pudieron conocer de Larrabure
y el diario que escribió en su cautiverio no dan cuenta de un suicida. Los
peritos que brindaron el informe aseguran que fue asesinado. Se trata de
académicos de la UBA y no de
sicarios del imperialismo. ¿A quién creerle? ¿A los señores del ERP que lo hundieron en una tumba
durante un año o a los académicos de la UBA?
Disculpen mis prejuicios pequeño burgueses, pero en este caso no me dejan otra
alternativa que creerle a los médicos y no a los verdugos.
El otro debate abierto, es si la muerte de Larrabure merece ser juzgada como un
crimen de lesa humanidad. Dejo para los abogados, legisladores y juristas esa
polémica. A mí me alcanza con saber que fue un crimen y si bien no estoy en
condiciones de pronunciar la palabra “lesa”,
no me cabe ninguna duda que, como dijera el poeta John Donne, se
trata de un crimen que, como todo crimen, es contra la humanidad y por el cual
es necesario poner a doblar las campanas.
Pretender disculparse por lo sucedido porque no se trata
de un crimen estatal, me parece una argumentación abstracta y cobarde, el
recurso chicanero de un abogado leguleyo para reducir la pena del asesino. Al
hijo, a la madre o a la esposa que le mataron el ser querido le importa poco
saber si lo hizo el Estado o una organización guerrillera, y le importa poco
porque lo que le interesa en primer lugar es su dolor, la pérdida injusta y
sorpresiva de un ser querido, la muerte de alguien que debe haber vivido su
muerte como una liberación.
“Estar cautivo de estos ‘próceres’ es como estar atrapado de
una telaraña donde sustraídos del medio nos vemos impotentes para liberarnos,
pero mantenemos la esperanza de la muerte!”. Estas palabras, escritas desde la soledad, el encierro y
la opresión, son desesperadas y sabias y, al mismo tiempo, son la imputación
más seria a la organización guerrillera que en nombre del hombre nuevo no fue
capaz o no quiso atender el dolor y los sufrimientos de un hombre que en su
cautiverio tuvo el coraje moral de enfrentarlos sin otra arma que su condición
de hombre.
No lo conocí a Larrabure.
La primera vez que oí su nombre lo oí en boca de un guardiacárcel de Coronda
que intentaba justificar en su nombre el régimen carcelario inhumano al que nos
sometían. Desde entonces han pasado muchos años y ha corrido mucha tinta. Sobre
el tema se ha dicho todo lo que se tenía que decir, pero para mi modesta
experiencia lo que me ha quedado en claro es que en todas las circunstancias
los verdugos y las víctimas se parecen y se parecen más allá de sus embelecos
ideológicos, sus certezas políticas y sus miserias humanas.
No lo conocí a Larrabure,
pero aprendí a respetarlo, a respetarlo en su dolor y en la dignidad que supo
tener para afrontar su destino. Leyendo sus cartas y sus reflexiones creo que
seguramente no hubiéramos estado de acuerdo en muchas cosas, pero un hombre es
siempre algo más que una idea política o un prejuicio ideológico, un hombre que
merezca esa condición va siempre más allá de lo previsible. Su verdad última
vale más que todas esas pequeñas verdades parciales.
Colocado en el límite entre la vida y la muerte, Larrabure fue capaz de mantenerse fiel
a sí mismo. El juicio de la historia suele a ser inapelable. Una vez más la
dignidad, la nobleza, el coraje y la sensibilidad que dan vida a la condición
humana, son patrimonio de los mártires y no de los verdugos. Larrabure fue asesinado por sus
verdugos, pero hoy lo recordamos a él y honramos su testimonio, mientras que el
rostro de los criminales nunca pudo salir de la capucha que ellos mismos
eligieron ponerse para siempre.
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