por Agustín Laje [1]
La patética carta de Cristina
Kirchner al Papa Francisco por
el Día del Pontífice se inscribe en
una serie de estupideces presidenciales que se han ido sucediendo en los
últimos años y potenciado en los últimos meses. No es la primera ni será la
última sandez, pero evidencia a las claras un viraje en el orden del discurso
político que resulta necesario de analizar.
En el best-seller La
audacia y el cálculo, Beatriz Sarlo
dedicó algunas páginas a desentrañar el
discurso kirchnerista, y en esa oportunidad sostuvo que “Cristina
llevaba adelante el discurso argumentativo y Néstor el confrontativo. La retórica de la razón y la retórica de
la pasión habían cambiado sus lugares tradicionales. La mujer argumentaba,
mientras el hombre se enojaba, se ponía nervioso, mostraba sus pasiones”.
Pero la muerte de Kirchner empezó a
trastocar este equilibrio conyugal: el discurso
kirchnerista corría el peligro de anclarse en el elitismo de una retórica
elaborada y cuidada que, con pretensiones pedagógicas, caracterizaba las
enunciaciones políticas de Cristina.
La alternativa escogida frente a este dilema se ha
transformado más en un problema que en una solución. Cristina ha contraído una bipolaridad discursiva que la ilustra
como una mujer desequilibrada y perturbada, protagonista de los ridículos más
desfachatados que la hacen merecedora de los primeros lugares en la lista de “mandatarios hazmerreír” del mundo.
Basta con leer algunos periódicos extranjeros para comprobarlo.
La bipolaridad discursiva de Cristina Kirchner se estructura en una indefinición: ésta quiere
ser a la vez “popular”, a la vez “refinada”; a la vez “nacionalista”,
a la vez “globalizada”; a la vez “académica”, a la vez “militante
de barricada”; a la vez “oradora de Harvard”, a la vez “animadora
de kermesse”; a la vez Presidente,
a la vez “doña Rosa”; a la vez “setentista”, a la vez “moderna”;
a la vez “mujer corajuda”, a la vez chiquilina con “buena onda”. Pero
situarse simultáneamente en los opuestos extremos de pares contradictorios,
desemboca en un absurdo que dibuja a una Cristina
carente de rumbo, desapegada de la realidad, y desubicada del tiempo y del
espacio.
“Me mandaron un modelo
de carta que parecía escrita de compromiso protocolar del siglo XIII. Les dije
¡eso no lo firmo! Así que me tomé la licencia de dirigirle una carta (acepté
que fuera dirigida a Su Santidad
bla, bla, bla, tampoco es cuestión de no aceptar nada)”, escribió Cristina en su misiva a Francisco, con una prosa adolescente,
más propia de una quinceañera chateando con una amiga que de una supuesta
abogada.
Esta lingüística de infanta cool ya la podíamos advertir
quienes seguimos la actividad de la Presidente
por Twitter, desde que ésta tomó la decisión de manejar su cuenta ella misma y
desplazar a los “acartonados”
encargados de la administración de su usuario en la red social de los 140
caracteres. Algunos ejemplos: “Leisbeth, me quiso llevar a un salón
especial, pero yo preferí ir a un baño. Why?”; “Alta, delgada, bonita. También estaba Alicia Castro. Eramos todas mujeres. Obvio, si estábamos en el
baño. Pero bueno, lo aclaro igual. Uno nunca sabe. A Rosaura, así se llama la chica, le pregunto como al pasar: Cuántos
años tenés? Me contesta: ‘48 años’. What? Parece de veintipico! Alicia le pregunta que tratamiento
hace. ‘Ninguno’ contesta. Agrego: ‘Genética pura’”; “No lo puedo creer. What? Leo Tiempo Argentino ‘Cierran causa por polo
gastronómico en la SRA’ (Soc. Rural Argentina)”. Cristina suele referirse a sí misma hablando en tercera persona: “Che! Qué bueno esto del twitter… Y a esta
qué le pasa? Lo descubrió ahora después de más de dos millones de seguidores?”;
“Pero si hablaste más de 50 minutos!!! Dale, hacela corta… ¿Que te olvidaste CFK?”. En fin, son tan sólo algunas
muestras de la bipolaridad discursiva de la mandataria.
¿Pero a qué obedece semejantes tonteras? Cristina Kirchner advirtió que la
muerte de su marido modificó la percepción que respecto de su gobierno tenían,
principalmente, las mujeres y los jóvenes (o al menos eso le dijeron sus
asesores). Aquéllas se solidarizaron con la viuda, en un gesto de “empatía femenina”; éstos encontraron
cierta épica en el gobierno, vehiculizada por el protagonismo que adquirió La Cámpora. Así las cosas, Cristina primero insistió hasta el
hartazgo con el discurso de “me hacen la
vida imposible por mi condición de mujer”, y ahora juega a hacerse la
chiquilina escribiendo bobadas y bailando el himno nacional, como si la idiotez
fuese la condición natural de la juventud. No hay que olvidar que, cuando Cristina Kirchner anunció su
reelección, dedicó a los jóvenes un mensaje claro, con pretensiones épicas: “En esta etapa, mi rol debe ser convertirme
en un puente entre generaciones”.
Como en el cuento titulado “El traje nuevo del emperador”, ante la ridiculez bipolar de Cristina, el kirchnerismo aguarda que alguien le avise a la reina que está
desnuda.
NOTA: Las
imágenes y negritas no corresponden a la nota original.
[1]
Autor del libro Los Mitos Setentistas,
y director del Centro de Estudios LIBRE. En agosto publicará nuevo libro sobre el
kirchnerismo, en coautoría con Nicolás
Márquez.
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