Alberto Medina Méndez ~ Junio
30, 2013
A poco de conocerse
las listas de precandidatos a legisladores nacionales en todo el territorio
argentino, se vuelve a escuchar aquello de “no tenemos opciones”.
Es que el ciudadano
siente, otra vez, que no tiene alternativas. De un lado se le ofrece la
continuidad del modelo, más de lo mismo y hasta una profundización de lo ya
recorrido. Es la ya conocida matriz del poder concentrado, con cada vez menos
de república y una expresión más ortodoxa del “vamos por todo”.
Del otro lado, allí
donde deberían abundar las alternativas, aparecen una variedad de
ofertas políticas que le generan poca confianza y escaso entusiasmo.
En esa vereda, se
entremezclan candidatos que son una fiel expresión del pasado al que no se
quiere volver, otros que no han sabido construir alternativas políticas
suficientemente seductoras, inclusive algunos que sólo sumaron figuras aisladas
para elaborar una simple alianza electoral, sin programa alguno para salir de
este gran enredo que propone la realidad de este tiempo.
La inmensa mayoría
de los votantes parecen encerrados y no se encuentran debidamente motivados
para acompañar a los políticos por los caminos propuestos. Algunos ciudadanos,
que tienen historia, tradición, militancia o, al menos, simpatía política
manifiesta, pueden tener resuelta su elección, pero los más intentan
aún descubrir el rumbo.
A ciertos analistas
políticos les gusta hablar de la crisis de representatividad del
sistema político, aunque en el fondo pretenden describir al argentino
promedio que sigue buscando a ese anhelado líder mesiánico, ese caudillo, que
lo invite, casi mágicamente, a ilusionarse con un futuro mejor.
Es probable que ya
sea tiempo de actuar con algo más de racionalidad para animarse, e
intentar resolver los problemas del país, como se hace en la vida cotidiana de
cada individuo.
De aplicarse esa
lógica, es posible que haya que pensar en superar la urgencia,
avanzando primero en una salida de corto plazo, seguramente imperfecta, que no
genere demasiada fascinación, pero que evite profundizar el sendero del
presente y actúe de bisagra para cambiar mínimamente el inadecuado trayecto
elegido.
No es una propuesta
demasiado estimulante, pero tal vez eligiendo el mal menor se pueda atenuar la
adversidad actual y, al menos así, retomar parcialmente el camino de la
sensatez, o quizás conseguir cierto equilibrio para, desde allí, encarar el
porvenir con otro horizonte y renovadas expectativas.
Pero, como en la
vida misma, se debe también tener la claridad suficiente para enfrentar
adicionalmente la cuestión de fondo y no quedarse sólo con la idea de dejar
atrás la coyuntura.
Resulta
imprescindible asumir la inmensa cuota de responsabilidad que compete a los
ciudadanos por no haberse involucrado a tiempo y ponerle freno
a tanto atropello.
Estamos como
estamos no sólo por la perversidad del sistema y los manipuladores de turno,
sino por la complicidad evidente de una sociedad que ha preferido
esperar soluciones desde la política en vez de construirla.
Si se pretenden más
y mejores opciones desde la política, pues los ciudadanos deben ser parte de
esa dinámica. Se necesita una mayor participación, menos silenciosa, más
valiente y sobre todo comprometida.
La
política partidaria no es el único camino,
como algunos pretenden sugerir, sino que se debe tener una actitud
ciudadana adecuada, estando presente en cualquier tipo de manifestación
comunitaria, desde el club al consorcio, desde una organización gremial a una
institución de la sociedad civil, desde la comisión barrial a la Política con
mayúsculas, todo sirve, en la medida en que se pueda contribuir a mejorar el
metro cuadrado, ese ámbito en el que se desarrolla la vida en armonía.
Si no
se puede lo menos, será improbable que se logre ir por lo más. De eso se trata, de modificar la realidad y mejorarla. Y no está mal
que la queja aparezca frente a la falta de alternativas electorales, lo
que es incorrecto e inconducente es que el próximo turno electoral nos
encuentre parados en el mismo lugar, repitiendo idénticas frases para
convertirnos en ciudadanos enojados con lo que vivimos, pero incapaces de
asumir la parte de la responsabilidad que realmente tenemos.
Todo lo descripto
no exculpa de modo alguno a los dirigentes políticos. Ellos tienen una enorme e
indelegable responsabilidad respecto a este presente que disgusta a tantos.
Pero a no equivocarse, desde allí no se puede esperar nada demasiado diferente.
Las pruebas están a la vista.
Es tiempo de tomar
decisiones como ciudadanos. La república lo precisa de modo urgente. Pero habrá
que no perder de vista que la falta de opciones es el costo de no
comprometerse.
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