Algunos ex militantes montoneros que participaron del
conflicto armado de los años ’70, no coinciden con el relato kirchnerista y lo
rechazan por falso y manipulador.
Prueba
de ello son las recientes reflexiones de Héctor
Leis en su charla con Graciela Fernández Meijide; otra la declaración
de Carlos Flaskamp en la causa por
el asesinato de José Ignacio Rucci; agregamos
la declaración de Federico Ramón Ibáñez
en la causa unificada de la Esma en la que pide perdón a sus ex enemigos y dijo:
“la mentira y la falta de compasión de
las memorias hoy vigentes en Argentina que rechazan la confesión y el perdón,
que ahora parecen malas palabras”; no podemos dejar de mencionar al Lic. Luis Labraña, quien se hizo presente en la prisión de Campo de Mayo
para visitar a sus viejos enemigos de los 70 y ha participado en numerosas
charlas y mesas redondas sobre la violencia de los años ’70… sobran ejemplos de
muchos otros pensadores marxistas y verdaderos ex guerrilleros que participaron
de la violencia y hoy muestran un genuino arrepentimiento, autocrítica y deseos
de reconciliación nacional.
Todos ellos son la contracara del relato oficial que se
instaló para lavar el cerebro de la sociedad argentina, especialmente a la
juventud, y de esa manera poder juzgar a los miembros de todas las fuerzas
legales que combatieron al terrorismo para impedir que mediante la violencia se
alzaran con el poder del estado. Ni hablar de los simples panfletistas que huyeron
al sur a hacer plata con la circular 1050 y después que se llenaron los
bolsillos y llegaron al poder, montaron un nuevo negocio a caballo de los
derechos humanos.
A continuación les dejamos una nueva entrevista a Héctor Leis, donde profundiza algunas
de sus anteriores reflexiones.
Sinceramente,
Pacificación Nacional
Definitiva
por una Nueva Década
en Paz y para Siempre
PIDO VERDAD Y
RECONCILIACIÓN
Héctor Leis es
licenciado en Ciencias Sociales, máster en Ciencia Política y doctor en
Filosofía. Escribió el libro Un
testamento de los años 70. Terrorismo, política y verdad en la Argentina.
El asesinato de Rucci. En opinión de Leis, la cultura
política argentina valoriza más la violencia que la palabra (Gentileza Clarín).
Héctor Leis
comienza Un testamento de los años 70.
Terrorismo, política y verdad en la Argentina (Katz, 2013) con datos
autobiográficos que constituyen una declaración de fe: “Nací en Avellaneda, Argentina, en 1943. En los años 60, fui militante
comunista y peronista. Esta experiencia me llevó a participar en la lucha
armada. Estuve un año y medio en la cárcel, fui amnistiado en 1973. Fui
combatiente de los Montoneros hasta
el final de 1976”. Entonces, testamento, como indica la Real Academia
Española, debe entenderse aquí como esa obra en la que un autor expresa los
puntos fundamentales de su pensamiento. Para Leis, es un desprendimiento de la escritura de sus memorias, urgido por debatir sobre los ’70, a
causa del relato kirchnerista.
–
Comencé a escribir mis memorias sin apuro, como
un corolario de mi vida, pero de repente sentí urgencia para entrar en el
debate sobre los ’70. Paré entonces las memorias y escribí Un testamento. Durante mucho tiempo creí que los muertos
podrían enterrar a sus muertos y dejar a los vivos en paz. Pero esto no fue
así, y durante los gobiernos
kirchneristas fue cada vez peor. Comprobé, con profunda tristeza, que una
memoria parcial y mentirosa se había congelado en el país, apuntando a la
repetición simbólica o material de errores graves de la generación del
’60. Participé esporádicamente del debate
sobre los ’70,
con algunos artículos
académicos que
pocos deben haber leído
y un artículo en un número de 2006 de la revista Lucha Armada, a propósito del “no
matarás” de Oscar del Barco.
Las cosas que digo ahora ya estaban anunciadas en esos textos, pero nunca había
hablado desde mi militancia pasada, como ahora, sintiendo la necesidad de
hablar de mi experiencia de vida de una forma desapegada, esto es, sin
preocuparme por identidades pasadas o intereses presentes. Las interpretaciones
que hice surgieron de mi experiencia de forma intuitiva. Algunas se sumaron a
lo que otros ya habían dicho, otras siguieron caminos vírgenes.
Oscar del Barco |
–
Encuentro
en tu trabajo algo más profundo que lo que generó Del Barco con aquella carta
que mandó a la revista “La Intemperie”,
porque llegás a reivindicar como antecedente importante a un libro que siempre
fue repudiado, desde su primera edición hasta hoy: “Montoneros, la soberbia armada” (1984), de Pablo Giussani.
–
Héctor
Schmucler y Oscar del Barco me
ayudaron mucho, ellos comenzaron debates fundamentales. Sin duda, el tiempo me
ha permitido incorporar nuevos elementos, pero no me gusta pensar en términos
de contribuciones más profundas que otras. Todos los autores que hicieron
ejercicio de un pensamiento crítico sobre aquellos años suman de una forma
imposible de saber quién es más importante. En relación con Giussani, el problema fue que la
lectura de su libro se superpuso a la del Nunca
Más de la Conadep. Ante tanto
sufrimiento de las víctimas, no había lugar para registrar lecturas críticas de
la guerrilla. Pero Giussani fue uno
de los primeros en denunciar el contenido
fascista de los Montoneros. Él
percibió tempranamente que se habían apropiado de ideas socialistas para fines
fascistas.
La organización más
terrorista
–
Un par de
afirmaciones tuyas: Montoneros fue la organización guerrillera más terrorista
de la región y el asesinato de Rucci fue el mayor acto terrorista de los ’70;
con todo, fue la que tuvo el mayor apoyo popular. ¿Cómo se explica esto, que
bien puede ser una paradoja?
–
Te agradezco la pregunta. Me permite hablar sobre la perversión de la cultura política argentina,
que valoriza más la violencia que la palabra. La admiración argentina por
la violencia viene de la época de las guerras civiles entre unitarios y
federales. En el siglo 20, se encarnó por igual en importantes a sectores de
los militares, del peronismo y de la izquierda (en ese orden). La intervención
de todos ellos en los ’70 es demostrativa del uso compartido de la violencia
ilegal. A pesar de eso, disfrutaron de popularidad. La del peronismo y la izquierda continúan; la de los militares, no.
A las nuevas generaciones les puede parecer increíble esto último, por eso es
bueno que sepan que todos los golpes militares en Argentina, desde Uriburu en 1930 hasta Videla en 1976, tuvieron apoyo popular,
así como los grupos guerrilleros en los ’70. Después de que la sociedad tomara
conciencia del terror salvaje y del alto número de víctimas producidos en los
’70, principal pero no exclusivamente por los militares, esta cultura de la
violencia fue atenuándose, pero nunca desapareció. No veo entonces ninguna
paradoja en tu pregunta, los Montoneros
construyeron su popularidad, precisamente, en el culto a la violencia.
–
Cuando se
habla de los SSRq 70, hay dos palabras/acciones absolutamente vedadas: nadie,
sea del bando que sea, puede autocriticar a su sector ni confesar en qué actos
participó. Vos te atrevés a las dos cosas, y considerás que son necesarias
para, otra palabra/acción prohibida, empezar a transitar el camino de la
reconciliación.
–
El punto de partida de mi análisis prioriza la
política entendida cómo fortalecimiento de la nación como un todo. En la
Argentina, gracias a su cultura política de la violencia, los conflictos y la
relación amigo-enemigo (con énfasis mucho mayor en la definición del enemigo
que del amigo) han pasado a comandar la política. A veces la confrontación no se puede evitar y la guerra civil se
desata, pero el odio al enemigo que acompaña esa guerra, que representa el peor
mal para una comunidad, no puede nunca superar al deseo de unidad que deberá
ser buscada después. Esto quiere decir que, pasado el conflicto, les resta
todavía a los ciudadanos enfrentados curar sus heridas para que el pasado no
amenace su futuro. Los fundamentalismos marxista, liberal y populista son
insensibles a esta necesidad, ellos privilegian el conflicto, y el vencedor,
por encima del conjunto de la sociedad, se dedica a aumentar las diferencias y distancias entre vencedores y vencidos, en
vez de atenuarlas. Mi pedido de verdad y reconciliación parte de estos
supuestos, de que en la Argentina no deberían existir ciudadanos que tengan más
derechos (humanos o de cualquier otra especie) que otros. Si alguien
entiende esto como una defensa de Videla
o los militares, lo siento mucho por su falta de ética. Yo tomé partido
en el pasado y no preciso renegar de mis convicciones antiguas, estoy
convencido de que cuando pido
públicamente un único memorial para todas las víctimas de la violencia soy
el mismo Héctor Ricardo Leis que era
cuando agarré las armas en los ’70. La única diferencia que podría admitir es
la de una mayor edad y experiencia y, si el lector aprueba, un poco más de
sabiduría.
Lo que está en juego
La propuesta de
reconciliación de Leis contempla, por ejemplo, construir un único monumento que
contenga el nombre de todos los argentinos muertos en aquellos años, sin
distinción de grupos, de modo que el nombre de un militar pueda estar junto al
nombre de un guerrillero; y construir una memoria que no sea instrumental (que
no sea facciosa), donde los vivos no hablen en nombre de los muertos.
El Valle de los Caídos - España |
–
¿Cómo
hacemos para llegar a eso si ni siquiera podemos juzgar las acciones de la
guerrilla bajo los gobiernos democráticos 1973-1976?
–
La
respuesta está en manos de la sociedad. Pero para que ella sea efectiva los
ciudadanos deberán primero concientizarse de lo que está en juego. A pesar de
las numerosas manifestaciones espontáneas contra el Gobierno, veo una cierta
resignación y actitud cortoplacista en la gente, defendiendo intereses
sectoriales, sin percibir realmente la gravedad de la situación. En este
sentido, importa saber que la Argentina está abandonando la democracia a pasos
agigantados. El sistema de valores que
inspira al gobierno actual es autoritario y fascista, no es democrático. El
ejercicio de la democracia exige que los ciudadanos se sientan libres de
cualquier miedo, pero en la Argentina encontramos que, después de 30 años de
democracia, muchos argentinos han comenzado a sentir miedo. Tienen miedo de
perder sus empleos públicos o apoyos del Estado para su trabajo o empresa, o de
ser discriminados de cualquier otra forma si asumen posiciones contrarias al
Gobierno. No es una casualidad que yo afirme cosas que muchos piensan, pero
pocos se animan a decir. Vivir en Brasil
me garantiza la libertad que los argentinos no tienen. En un país donde se
pretende amordazar o domesticar a la Justicia y a los principales medios de
comunicación, donde existen funcionarios prepotentes para tratar con los
empresarios, jóvenes para escrachar a los opositores y la Afip para amenazar a
todos los que molesten, es lógico que muchos ciudadanos tengan miedo de hablar.
Es imprescindible que los argentinos enfrenten sus miedos con la verdad. La verdad es justiciera, perdonadora y
reconciliadora por su propia naturaleza.
–
Un punto
clave de tu diagnóstico es el asunto de la memoria mal resuelta. No sólo porque
podría generar a futuro nuevos hechos de violencia, sino porque se asienta
sobre una doble falta. Te cito: “Los
militares dicen que no hicieron lo que hicieron, los revolucionarios dicen
haber hecho otra cosa de la que hicieron”.
–
La memoria se empobrece y falsifica cuando no se
pone al servicio de la verdad y la reconciliación, sino de la continuación del
conflicto. Los principales participantes de la guerra de los ’70, sean
militares o guerrilleros, condenados o amnistiados, continúan por igual
deseando la guerra y no la paz, la venganza y no la reconciliación. No es de
extrañar, entonces, que no puedan confesar lo que hicieron y ponerse al servicio
de la verdad. En cualquier cultura o época histórica, los que pretenden
continuar y exacerbar los conflictos del pasado son siempre ángeles caídos,
demonios disfrazados de ángeles que se amparan en sus víctimas para continuar
matando y dividiendo a la comunidad.
–
Graciela
Fernández Meijide escribió el prólogo a tu libro. ¿Cuál sería tu prólogo para
su libro?
–
En su búsqueda por Pablo, su hijo desaparecido, Graciela
Fernández Meijide ha recorrido un
camino de sufrimiento, pero también de lucidez; de angustia, pero también de
amor. Ella supo no olvidar, pero también ir más allá de su condición personal
para ayudarnos a todos a entender por qué pasó lo que pasó en los ’70. “Eran
humanos, no héroes”, es un nuevo ejemplo de su capacidad para hablar
sin resentimientos de una historia tan trágica como falsificada y empobrecida.
Me llenó de esperanzas la lectura de su libro, me ayudó a pensar y también a
dialogar. El lector podrá encontrar diferencias al comienzo, pero si establece
un diálogo interior con su libro, al final de su lectura se sentirá enriquecido
y sin saber muy bien cuáles eran aquellas diferencias. Su libro debiera ser leído por todos.
NOTA: Las imágenes y negritas no
corresponden a la nota original.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
No dejar comentarios anónimos. Gracias!