Carlos Alberto Falcone
RELATO DEL PRESENTE
Viernes, 28 de junio, 2013
Ayer decidí romper la rutina y salir temprano de mi
domicilio. No es que tenga nada en contra de madrugar, solo que cuando llega la
hora ya me encuentro cansado. Compartí ascensor con mi vecino, ese que después
de dos años de convivencia aún no registra que vivo en la puerta de al lado,
pero que así y todo me da charla durante el viaje a planta baja. Podríamos
haber hablado del frío, de la humedad o de la turra del piso de arriba, pero mi
vecino optó por hacer un comentario de actualidad y, con los ojos hinchados por
el sueño, me preguntó si había visto que la Afip está investigando el patrimonio de Lorenzetti. “Al final no se puede creer en nadie”,
sentenció, para luego desearme buen día y devolverme al olvido cotidiano, a
sabiendas que si me lo cruzo a la vuelta, volverá a preguntarme a qué piso voy,
como todos y cada uno de los últimos veinticuatro meses.
Me encuentro con Alejandro,
mi canillita amigo, quien sin
entender qué hago despierto en horarios normales, a través de un guiño cómplice
me suma a una charla de paso con un fulano que está más al pedo que yo. El
hombre podría hablar de fútbol, pero con el campeonato resuelto decide cambiar
su rol de Director Técnico universal por el de Estratega Político
Intergaláctico. “Acá hay que decir las
cosas como son, no soy kirchnerista pero las obras están, y aunque descubran algún que otro chanchullo
¿Quién no se quedó con algún vuelto alguna vez?”. Alejandro y yo
respondemos a coro que nosotros nunca, a lo que el hombre refiere “bueno, hay casos y casos, yo nunca los
voté, pero cuando les pegan, la Presidenta tiene razón, los hospitales están,
las escuelas también”. Me llevo los diarios bajo el brazo, me siento en un
bar y al abrir el primero me encuentro con que la participación escolar es la
más baja desde vaya a saber uno cuándo. Las
escuelas están, la educación no.
La sección política me sopapeó con las reacciones en torno a
la candidatura de Sergio Massa,
quien en la disyuntiva de romper o no romper con un oficialismo al que ya no le
daba demasiada bola, tomó la tangente. Llegan el café con leche y las dos de
manteca y el mozo me comenta “estos
peronistas son todos lo mismo, se pelean antes de las elecciones y te obligan a
elegir entre ellos”. Le respondí que si no quería elegir entre el peronismo
de Massa, el de De Narváez, el de Venegas,
el de Moyano o el de Cristina, tenía la opción de votar a
los radicales aliados al FAP, a los radicales aliados a Massa, al de los radicales aglutinados tras Carrió,
o a los progres aliados al radicalismo,
a los progres que creen que Macri es
una buena opción o a los progres que
acompañan a Cristina, la que dice que las otras listas son un rejunte. Me
miró feo. No me quedó otra que dejarle
más propina que la habitual.
Más de una vez se ha afirmado que la mayor de las batallas
del kirchnerismo es la cultural.
Lamentablemente, no queda otra que reconocer que la ganaron y hace bastante
tiempo. La derrota es total y se nota en todos y cada uno de los casos que se
puedan pensar, por más mínimo que resulte. Felicitamos a la hinchada de
Independiente por no destrozar el estadio al descender de categoría, festejamos
que un policía no nos corte boleto, agradecemos al borde del llanto cuando un
auto frena para cedernos el paso en la senda peatonal. Tan bajo hemos caído que se considera desagradecimiento no celebrar que
alguien haga lo que le corresponde hacer, porque podría no haberlo hecho.
La normalidad es tan anormal que debería llamarnos la atención y lo absurdo
pasa desapercibido, así se trate de un grupo de conchetos violando clásicos en
versión cumbia, o un gobernador que confiesa públicamente que no rompe con el
gobierno nacional para que no se la agarren con los ciudadanos de su provincia.
Obviamente, no creo que esta derrota total haya sido mérito
exclusivo del kirchnerismo. Es más,
lo más probable es que esta sucesión de atentados administrativos y choreo
sistemático que hemos denominado gobierno, haya sido tolerada porque quedamos
con el tujes mirando para el norte y el hecho de no cambiar cinco presidentes
en diez días ya era motivo más que suficiente para sentirse tranquilos. Néstor no inventó nada en esta materia,
se aprovechó de lo que ya había. Cristina
lo maximizó. Y así, diez años después,
nos reímos del debate venezolano entre tener Patria o limpiarse el culo,
mientras nos mordemos la lengua para no criticar demasiado fuerte, por temor a
quedar como golpistas, porque está claro que habrá muchas cosas para corregir,
pero tenemos democracia, y con eso debería bastarnos y sobrar.
Perdimos todos y por
goleada. Tan penosa es la derrota que el pensamiento y la opinión han
dejado sus lugares de privilegio para ser reemplazados por la imagen y el
preconcepto. Ya no importan las ideas, importa quién lo dice o, en una muestra
de pedantería barrial, desde dónde se dice, frase pedorra de la factoría
forsteriana difundida por los medios oficialistas y repetidas por sujetos que
carecen de GPS ideológico, pero que cuestionan nuestras quejas en base a
quiénes se quejan y no a porqué se quejan. Y cuando no se puede identificar al
mensajero, se estereotipa.
Así, el que se queja de la inflación es un cipayo que
pretende que vuelva el neoliberalismo, el que reclama por mayor seguridad es un
fan de Videla, el que putea por la violencia contra las instituciones es un
boludo que aplaudía a Alfonsín por su transparencia mientras el país se prendía
fuego, el que carajea por el sistema represivo contra los pueblos originarios
es un progrezurdotrosko, el que tira la bronca porque no puede comprar dólares
es un ricachón que quiere viajar a Miami, el que se indigna con los accidentes
ferroviarios es un boludo que no se quejó cuando fueron privatizados, y el que
queda al borde del ACV al ver la que se han choreado es un fan de los medios
hegemónicos. Y así es cómo nos clasifican en dos estamentos básicos: el que se
queja de la economía, es un ricachón, mientras que el que se queja de todo, es
de la clase mierda que se olvidó de cómo se vivía en ese gobierno que se fue en
helicóptero.
Si tan sólo fueran coherentes en su inquisición medieval,
clavarían el freno de mano para preguntarse, de vez en cuando, quiénes dicen lo
que dicen en la nebulosa kirchnerista.
Lejos está de suceder, por eso es normal que se aplauda a Julio Alak -defensor número uno de Carlos Saúl- en su avanzada contra el Poder Judicial, porque eso
significa defender las instituciones, no como lo que pretenden los fans de Alfonsín que reclaman república cuando
no dijeron nada de la inflación. De aquella inflación, no de ésta, que es
producto del mayor crecimiento económico de la historia de la galaxia, tal como
lo sostiene el neoliberal Amado Boudou,
que vivirá en Puerto Madero pero es un paladín de El Modelo y no como esos ricachones noventistas que tiene de
vecinos.
La represión a todo aquel que levante el dedo es un invento
de los progres del que se aprovechan los medios hegemónicos, esos que
desaparecerán el día en que dejen de ponerle palos en la rueda al progre Martín Sabbatella. Y ahí sí que
vamos a ver de qué se disfrazan aquellos que quieren que volvamos al pasado de
la Alianza, como sostienen los exfuncionarios aliancistas Abal Medina, Diana Conti
y Débora Georgi. Sin medios que
laven cabezas, los que extrañan la dictadura ya no tendrán espacio para
criticar las políticas de desarrollo social de la compañera Alicia Kirchner, ejemplo patrio de
trayectoria que empezó a curtir pasillos gubernamentales en 1977.
Y mejor no hablar de la abogada
exitosa que en los noventa la pasó bomba, que se forró en guita imposible
de justificar -ni siquiera la que tiene en blanco- que cada vez que puede se
delira los morlacos en el exterior, que se hace la boluda con la pobreza, que
mide su mundo con un metro patrón verde con la cara de Franklin y que, desde su
millonario estado de vida, cuestiona a la clase media a la que dice pertenecer.
Evidentemente, para cuestionar el lugar donde está parado
cada uno de los que critica al gobierno, el oficialismo primero necesita una
buena brújula. Mientras tanto, se convirtieron en víctimas de la misma victoria
cultural que pretendieron capitalizar, cuestionando nada, aplaudiendo todo y
transitando la vida en un eterno devenir del presente continuo en el que no hay
proyecto a futuro y la vida se mide en mantener el poder porque sí.
Viernes. Hablo desde mi casa.
NOTA: Las
imágenes y negritas no corresponden a la nota original.
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