ALBERTO
NISMAN, VÍCTIMA Y SÍNTOMA
El fiscal fue víctima
de una sociedad anómica[1],
un sistema político disfuncional y un gobierno perverso, corrupto y
desconectado de la realidad
Últimas noticias sobre la muerte del fiscal argentino
Por Héctor E. Schamis
23 Ene 2015
Para escapar del
Laberinto, donde habían sido encerrados por Minos, Dédalo fabrico alas para él
y su hijo, Ícaro, y así volar hacia la libertad. Dédalo instruyó a Ícaro no
volar cerca del sol, porque las alas estaban adheridas a su cuerpo con cera.
Desoyendo a su padre, sin embargo, y ante la fascinación de ser capaz de volar,
Ícaro voló tan alto y tan cerca del sol que el calor derritió la cera que
sostenían sus alas. Las perdió y cayó al mar, donde murió.
La
alegoría es por Alberto Nisman, quien voló demasiado alto para una sociedad
resignada a que los poderosos queden siempre impunes y la verdad, oculta.
Todos estos años siguiendo su investigación sobre el caso AMIA, cada vez más
cerca del fuego, siempre pensé en la
analogía de Ícaro. Nisman fue un
Quijote dispuesto a llegar a la verdad hasta sus últimas consecuencias. Descubrió que el gobierno que le encomendó
esa tarea, ahora, en la figura de la viuda y heredera política de quien lo
nombró, era cómplice de los criminales que él mismo había identificado y
acusado. Y eso por petróleo, así de insignificante.
Nisman
se propuso exponer la simulación de un gobierno corrupto y ahora también
criminal. Su fingida retórica de derechos humanos, de
igualdad de género, tan progre y tan moderna, se desvanecería para siempre ese
lunes en el Congreso Nacional, ese lunes
al que Nisman nunca llegó. Ese lunes
habría sido el momento más dramático de la historia política argentina desde
1983. Y, al final, el día más dramático fue el anterior, el domingo de su
muerte, una muerte solitaria. Tan cerca
del fuego, el calor derritió sus alas.
Ahora mártir de la
democracia argentina, no puedo dejar de pensar en Nisman muriendo en un departamento de Puerto Madero, ese lugar
horrible, barrio irreal sin historia, ni afecto, ni identidad, burda imitación
de Miami Beach, pero más caro y sin sentido estético alguno. En ese lugar, arquetipo del exceso y la
ostentación, bunker del kirchnerismo y aguantadero de sus más corruptos
funcionarios, allí murió Nisman, en soledad.
Nunca sabremos la
verdad. Tal vez se suicidó. No puedo evitar recordar a Favaloro, quien se mató porque Argentina era demasiado corrupta
para alguien que solo aspiraba a curar. ¿Qué
menos haría quien solo buscaba justicia al darse cuenta que el mismo gobierno que
iba a la AMIA cada año a honrar a las víctimas del terrorismo, era cómplice de
los terroristas? O tal vez lo asesinaron cualquiera de las mafias a las que
desnudó, la de Irán y sus trasnochados socios locales, la de los servicios de
inteligencia politizados, o la de un gobierno hundido en el barro de una
corrupción de inimaginables proporciones. O
las tres mafias juntas conspirando contra la verdad y la justicia prometida a
los familiares de la AMIA.
Ahora Nisman es la víctima número 86 de aquel
ataque, solo que a él no lo mataron los terroristas, a él lo matamos entre
todos, de a poco. En realidad no importa demasiado quien apretó ese gatillo,
porque Nisman es nuestra víctima, seamos
sinceros, asesinado también por una sociedad anómica, un sistema político
disfuncional y un gobierno perverso, corrupto y desconectado de la realidad al
que votamos no una, no dos, sino tres veces. ¿Acaso no ha sido una
verdadera crónica de una muerte anunciada?
Al mismo tiempo Nisman es un síntoma. Su muerte y el
acoso sufrido en vida—siendo además fiscal federal—son el síntoma más feroz de
toda esa patología colectiva. Tal vez empezamos a matarlo cuando asesinaron a José Luis Cabezas en 1997, un reportero gráfico que seguía pistas de
corrupción entre contratistas del Estado, o cuando desapareció Jorge Julio López en 2006, querellante en un juicio por violación de
derechos humanos por quien la justicia no hizo demasiado.
Tal vez lo matamos
cuando gritamos “que se vayan todos”,
acelerando la descomposición de un sistema político que jamás se recuperó de
aquella crisis. Tal vez lo matamos con la fragmentación del peronismo, nunca
más evidente que en 2003 cuando tres peronistas se disputaron la presidencia.
Aquello transformó lo que había sido el partido político más importante de la
Argentina en una mera confederación de jefes territoriales sin cohesión alguna,
obligados entonces a negociar el control de sus distritos con toda forma de
ilegalidad imaginable: el juego, el tráfico y las barras bravas del fútbol.
Esto
importa porque de las ruinas de ese partido político nació el kirchnerismo,
un proyecto que entendió la conveniencia de la fragmentación y se abocó a
profundizarla, haciendo política siempre con la chequera en la mano,
intimidando al crítico, centralizando todo el poder en el Ejecutivo y
financiándolo con los precios internacionales más favorables que Argentina tuvo
en al menos dos generaciones.
A ese tren se subió
más tarde la actual Presidente, decidida a exacerbar ese modo de hacer política
instalado por su pragmático esposo, pero ahora con un barniz pseudo ideológico
presentado como moralmente superior, barniz tal vez extraído de pretender ser
una intelectual de izquierda. Una
Presidente que sonaba como Mafalda pero cuyos zapatos de Prada siempre le
recordaron al país que en realidad es Susanita. Y digo sonaba porque parece
haberse curado repentinamente de su crónica verborragia: ahora está muda.
Tal vez allí también
comenzó a morir Nisman. Toda esa hipocresía ha sido el sello de una
época que hoy concluye en una muerte trágica, y que transformó ese estilo de
hacer política en algo aún más perverso y autoritario. La viudez le puso en
bandeja la reelección, y usó la empatía popular para hacerse impune y, con un
cierto fundamentalismo, justificar el acoso a la prensa crítica, la
intimidación a los jueces y fiscales independientes, la politización de la
inteligencia, las platas mal habidas y la pretensión (fracasada) de perpetuarse
en el poder. En definitiva, ha sido un
gobierno autoritario pero también psicópata, tan psicópata que ya ni sorprende
que hayan dicho que el principal culpable de la muerte de Nisman ha sido el
propio Nisman. Y cuando dejaron de hablar de suicidio para decir que fue
asesinato, lo hicieron por las encuestas, preocupados por la imagen
presidencial.
Esta tragedia nos
marcará. Por ahora nos toca hacer introspección, hacer el duelo y hacer tripas
corazón frente a la peor crisis de los últimos treinta años. Aunque tal vez
haya algo más que podamos hacer: en el
próximo octubre electoral no olvidemos nada de esto y votemos por quien haya
estado más lejos de esta manera de hacer política, por aquel que se haya
situado en las antípodas del fenómeno más perverso que la Argentina democrática
haya conocido.
Ese
será el candidato que tendrá mi voto. Ojalá que gane y
haga sucumbir cualquier intento neo kirchnerista. Recién entonces esta
pesadilla podrá quedar definitivamente atrás y seremos capaces de honrar a Alberto Nisman y las restantes ochenta y
cinco víctimas.
Twitter
@hectorschamis
NOTA:
Las imágenes y destacados no corresponden a la nota original
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