“A la aplicación,
buena conducta, subordinación al superior,
circunspección afable con el inferior,
respeto a las dignidades de las demás carreras,
urbanidad general, actividad
y celo incansable en la fatiga, y finalmente, el ideal de
exponer su vida a cualquier riesgo
en defensa y gloria de la Patria,
que son las cualidades que caracterizan de digno al Oficial…”
buena conducta, subordinación al superior,
circunspección afable con el inferior,
respeto a las dignidades de las demás carreras,
urbanidad general, actividad
y celo incansable en la fatiga, y finalmente, el ideal de
exponer su vida a cualquier riesgo
en defensa y gloria de la Patria,
que son las cualidades que caracterizan de digno al Oficial…”
Párrafo extraído de las “ordenanzas
de la Armada del Rey Carlos III de España (1793)”, aún hoy después de 222 años tienen plena vigencia y deberían
servir de faro al espíritu de los oficiales del presente.
Lamentablemente después de una
digna derrota en el conflicto del Atlántico Sur, ante una de las potencias
guerreras de la historia, miembro de la NATO, principal aliado de Estados
Unidos -quién que le proporcionó un importante apoyo logístico, inteligencia y
diplomático- nuestros combatientes fueron escondidos y negados por sus propios
líderes militares y hasta la sociedad misma los ninguneó.
Posterior al regreso a la
democracia, el presidente de la Nación Raúl Alfonsín dispuso el juicio a las Juntas
Militares, la derogación del código militar y que el fuero penal civil impartiera
justicia a los contendientes de una guerra y sus consecuencias. Los Jefes
Militares y Terroristas fueron condenados.
Todos conocemos las acciones derivadas de las Leyes de Obediencia Debida, Punto Final e Indultos y posterior derogación de las mismas por el Congreso Nacional durante el gobierno del presidente ya fallecido, Néstor Kirchner. Toda la persecución, escarnio y venganza fue contra las Fuerzas Armadas, de Seguridad, Policiales y otros organismos del estado que cumpliendo órdenes emanadas desde los más altos niveles de la conducción política combatieron al terrorismo hasta erradicarlo de suelo argentino. Los únicos beneficiados fueron y son los terroristas que abrieron la Caja de Pandora.
La nación entera ha sido testigo cómo desde el poder político poco a poco fueron minado la moral de los hombres de
las FF.AA. con la sola finalidad de neutralizar su poder militar y vengarse de
la derrota sufrida en la guerra civil limitada de los años ’70. Hace años que
venimos proclamando en el desierto que ya es hora de sin odios, de
reconciliación, de historia completa y verdadera, para avanzar unidos hacia un
mejor futuro y digno de ser legado a las generaciones que vienen detrás
nuestro.
Con preocupación leímos el editorial I del diario La Nación del 21 de abril de 2015, por fin se expresa una inquietud por el importante mal estado de la moral y capacidad de defensa de las actuales Fuerzas Armadas, sin duda hay que recuperar el estado institucional que les corresponde.
Sinceramente,
Pacificación Nacional Definitiva
por una Nueva Década en Paz y para Siempre
Con preocupación leímos el editorial I del diario La Nación del 21 de abril de 2015, por fin se expresa una inquietud por el importante mal estado de la moral y capacidad de defensa de las actuales Fuerzas Armadas, sin duda hay que recuperar el estado institucional que les corresponde.
Sinceramente,
Pacificación Nacional Definitiva
por una Nueva Década en Paz y para Siempre
Editorial I
EL DETERIORO MORAL DE NUESTRAS FUERZAS ARMADAS
Los soldados no sólo requieren equipamiento moderno, sino también superar el desánimo, reconstruyendo un clima de respeto social
Ya en 2010, el Libro Blanco del
Ministerio de Defensa de la Nación, reconocía que a comienzos del siglo XXI el
sistema de defensa nacional presentaba un conjunto de disfuncionalidades
estructurales que habían contribuido a sumirlo en “una profunda crisis existencial”. Entre ellos se destacaban: la
desorientación estratégica; un marco normativo e institucional incompleto; la
ausencia de organización y de acción militar conjunta; la obsolescencia y
degradación del material; la ineficiencia estructural; la desarticulación de la
ciencia y la tecnología; el desmantelamiento de la industria de la defensa; la
inorganicidad del subsistema de inteligencia militar, y la falta de
articulación con el sistema de seguridad interior. Éste era un reconocimiento oficial del grado de deterioro de las
Fuerzas Armadas argentinas.
Desde 2010 hasta hoy la situación no se ha corregido, sino que se ha
agravado. Los presupuestos militares han sido destinados casi en su
totalidad al pago de sueldos y gastos administrativos. El equipamiento y el
armamento se han deteriorado, y han perdido su capacidad para la acción bélica
y para el entrenamiento eficiente. La carencia de aviones de combate es un
hecho conocido, al igual que el canibalismo de las naves de guerra, al extremo
del hundimiento de una fragata misilística estando amarrada en Puerto Belgrano.
La primera noticia de una inversión en equipamiento es el proyecto de
adquisición de aviones caza a China, una
decisión con color político y seguramente escaso análisis profesional y estratégico.
Pero no sólo lo material y lo
operativo en materia de defensa muestran una grave situación. Lo moral y anímico tiene también un peso
sustancial y no todo el desánimo proviene del deterioro en las oportunidades
profesionales. Hay otras cuestiones que configuran un cuadro de agravio
moral. La justicia militar fue eliminada con la excusa de que no servía para
juzgar a sus propios miembros por lo actuado en la lucha contra el terrorismo
en los años 70. La justicia civil debió
actuar sobre un terreno tan poco apropiado a sus cánones como el de una guerra
interna. La posterior comprensión de esta anomalía llevó en su momento a la
sanción de las leyes de punto final y obediencia debida. Luego se avanzó hacia
la pacificación mediante los indultos presidenciales que favorecieron a los
procesados y condenados de ambos bandos de aquella lucha. Sin embargo,
posteriormente se desanduvo este camino y se introdujo un planteo de fuerte
confrontación hacia las Fuerzas Armadas. La acción subversiva fue exaltada y no
se aplicó hacia ella el mismo principio de imprescriptibilidad por delitos de
lesa humanidad, como corresponde a los grupos armados y actos terroristas en la
jurisprudencia internacional. La
actuación de los jueces no fue ajena a ese clima y se pasaron por alto
principios básicos de la justicia, como el de cosa juzgada e irretroactividad
de la ley penal.
La supresión de la justicia
militar impuso en su lugar un Código de Disciplina que atenuó las penas por
faltas comunes y posibilitó a los sancionados recurrir a la justicia civil para
cuestionar las sanciones impuestas. Esto
creó una situación tan compleja que en la práctica se abandonaron las sanciones
y se relajó la disciplina. Hoy las órdenes se discuten.
También dejaron de existir los tribunales de honor y entonces ya nadie
es cuestionado por su conducta personal relacionada con la ética.
El personal en actividad recibe,
junto con su sueldo, suplementos “no
remunerativos” y no bonificables. Esto no rige para los retirados. Así,
estos últimos cobran menos del 50% de lo que tradicionalmente les hubiera
correspondido. En los últimos años esta
distorsión se fue consolidando y la diferencia se ha acentuado.
Hasta hace algunos años los
ascensos se decidían a propuesta de las juntas de calificaciones. Cada promoción
se sometía a tres instancias: una junta del arma, una junta de grado y la junta
superior que seleccionaba a los propuestos en función de las vacantes otorgadas
por el Poder Ejecutivo. Por último, los jefes de los Estados Mayores Generales
elevaban una propuesta que generalmente era aceptada. Hoy cada promoción es
evaluada por las mismas juntas, pero la junta superior, en lugar de proponer un
número acotado a las vacantes, eleva al ministro de Defensa el primer tercio.
Éste selecciona a los oficiales que se promoverán sin importar el orden de
mérito. Así, ascienden los que son
políticamente aceptables y no los que exponen méritos militares. La
discriminación por portación de apellido es habitual.
En años más recientes, el Ejército ha priorizado la tarea de
inteligencia sobre sus otras funciones, elevando a la jefatura del arma a
un general de esa especialidad. La
sustentación política del general César Milani, que carga con una acusación
relacionada con una desaparición en 1976, se
contradice con el distinto trato que han tenido otros oficiales que sufren
prisión por acusaciones o hechos de menor entidad. Existen, por otro lado,
elementos de juicio para suponer que hay
una reorientación del Ejército hacia la inteligencia interna en beneficio del
actual gobierno, en contradicción con lo que establece la ley de defensa
nacional. Esta distorsión ha venido de la mano del ascenso de Milani, quien manifestó públicamente su adhesión al “proyecto nacional” de Cristina Fernández de Kirchner. Estos
hechos, a los que se agrega la investigación por su presunto enriquecimiento
ilícito, son justamente lo opuesto a lo necesario para cohesionar la fuerza
tras cualquier objetivo moralmente elevado.
Los soldados no sólo necesitan
disponer de instrumentos, armamento y tecnología. También deben alimentar su vocación dentro de un clima de elevada
moral, entusiasmo y respeto social. De lo contrario, aunque se resuelvan
las asignaciones presupuestarias, no habrá fuerzas armadas que puedan cumplir
con el mandato constitucional de proveer a la defensa común y disuadir
cualquier intento exterior de vulnerar la soberanía nacional.
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