Editorial II
La
inadmisible detención del alcalde de Caracas confirma la enorme y creciente
violación del Estado de Derecho por parte del gobierno venezolano
El gobierno de Nicolás Maduro, democrático de origen al igual que el del fallecido Hugo Chávez, ha venido sufriendo una profunda metamorfosis, hasta transformarse en una administración autoritaria con claros rasgos de dictadura.
Al desmanejo
económico que ubica a Venezuela a la cabeza de los países con mayor inflación,
inseguridad y desabastecimiento de productos elementales que afecta a los
sectores más desprotegidos del tejido social, Maduro le suma una acción persecutoria de las voces opositoras. La
represión arrancó con brutalidad hace un año, con el saldo de 43 muertos en protestas sociales. Para
entonces, fue detenido, junto a otros
opositores, Leopoldo López, líder del partido Voluntad Popular, falsamente
acusado de promover un movimiento desestabilizador. Ahora le ha tocado el turno a Antonio Ledezma, alcalde de Caracas. Los
videos que han recorrido el mundo muestran cómo agentes del servicio de
inteligencia gubernamental -algunos de ellos encapuchados- detuvieron a
Ledezma, a quien golpearon, lo cual ha
provocado el repudio de organizaciones de derechos humanos como Amnesty
International, Human Rights, la Internacional Socialista y el Foro Penal
Venezolano, entre muchas otras.
Hace un mes, el Episcopado de Venezuela emitió un duro
mensaje en el que calificó de autoritario y dictatorial al gobierno de Maduro. Lo acusó de querer imponer por la fuerza un
sistema no democrático.
La detención de
Ledezma corrobora que el gobierno fallido de Venezuela, acorralado por su
propio fracaso, impulsa una espiral de violencia, respondiendo cada vez con mayor represión y conculcando
libertades mediante la detención de todo aquel que lo enfrente.
Pisotear
las libertades individuales y violar los derechos humanos se ha constituido en
una constante del gobierno venezolano, bajo el sonsonete de
siniestras maquinaciones que sirven de sustento a todos los atropellos contra
el Estado de Derecho, como lo ha demostrado con las detenciones de López y de
Ledezma y con la expulsión arbitraria del Congreso Nacional de la diputada
María Corina Machado.
Llaman
la atención la pasividad y el silencio cómplice de la gran mayoría de los
gobiernos latinoamericanos, incluido el argentino,
con la excepción de Chile, Colombia y Brasil, que criticaron lo sucedido. La situación en Venezuela debería ser
motivo suficiente para que organismos regionales como el Mercosur y la Unasur
cumplan con sus normativas fundacionales.
Buscar oscuras
conspiraciones, golpes “blandos”,
complots de todo tipo supuestamente conformados por políticos, empresarios,
sindicalistas, periodistas, jueces y prelados es la solución que encuentran los
gobiernos desviados para justificar su desapego a la Constitución, a la
división de poderes, al Estado de Derecho y a la libertad de expresión, violentando el sistema basal de una
república con el fin de instalar un régimen policíaco, represivo y persecutorio
de todo aquel que piense distinto del autoritarismo gobernante.
NOTA:
Las imágenes y destacados no corresponden a la nota original.
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