El análisis
Por Joaquín Morales
Solá | LA NACION
Hace pocos días, un
viejo peronista salió asombrado de una reunión con Carlos Zannini, el
funcionario más cercano a la Presidenta. “Decidieron dinamitar todo antes de irse”,
contó, consternado. Cristina Kirchner
confirmó ayer esa versión de su alucinada estrategia. Demostró también que
perdió la capacidad para interpretar los hechos de la política que ella no
maneja. La marcha del 18-F fue una inmensa conspiración destituyente, dijo, que
tuvo como conjurados, sobre todo, al Poder Judicial y a los medios
periodísticos independientes.
Aunque también
deslizó alguna línea sobre el poder económico. Nisman merecía el homenaje sólo
de su familia (ni siquiera el de ella), insinuó, y, por lo tanto, lo que sucedió en las calles el miércoles
último fue una sublevación contra su gobierno.
La reacción
presidencial no sólo advierte sobre el decurso febril y furioso de los próximos
diez meses, sino también sobre la
magnitud de la herencia que recibirá el próximo presidente. Cristina no se
detiene en las consecuencias de lo que hace y dice: dinamitó, en efecto, su
relación con el Poder Judicial y con un enorme sector social, que pertenece a
los decisivos estratos medios de la sociedad. Lo que sigue de aquí en adelante
no puede ser otra cosa que una nueva escalada de su radicalización extrema. La Presidenta ha decidido, al mismo tiempo,
inscribir el peor recuerdo de su gestión para los tiempos en los que ya no
estará en el poder, dramáticamente próximos.
El poder
supuestamente conspirativo vive una atmósfera menos delirante. Vale la pena
consignar un ejemplo. El fiscal Germán Moldes y Julio Piumato, el máximo
dirigente sindical de los empleados judiciales, no se hablaban desde hacía
décadas. Los dos militaron en corrientes distintas del peronismo en los años 70
y ambos sufrieron la cárcel y la tortura durante la dictadura. Dos días antes
de la marcha del 18-F debieron participar de una reunión con el resto de los
fiscales para organizar la manifestación. Cuando se encontraron después de
tantos años de distancia, Moldes dudó durante un segundo fugaz y luego corrió
para abrazar a Piumato. Así, abrazados, estuvieron durante varios minutos,
mientras los dos lloraban desconsoladamente. “Otra vez tenemos un muerto”, se repetían uno al otro.
Los otros fiscales,
que pertenecen a una generación más joven, observaban entre sorprendidos y
conmovidos. “Yo tenía la piel hecha un
gallinero”, contó uno de los asistentes. El pasado parecía resolverse entre
esos dos hombres. Quedaba el presente, pero Moldes y Piumato podrían explicar
con ese gesto el espíritu lacerado que se posó en la Justicia y en sus
funcionarios. Hay heridas, no golpismo.
Lo que sucedió el miércoles último fue algo más que una marcha política y un
homenaje póstumo al fiscal Alberto Nisman. Fue
la aparición descarnada de un Estado capturado por una facción política, la
exposición pública del temor que subyace en las personas que tienen que
interpretar y aplicar la ley.
En última instancia,
los fiscales, que deben denunciar e investigar en nombre del Estado (incluido
el Gobierno), recurrieron a la sociedad en busca de protección. Increíble,
aunque forme parte de la realidad. ¿Nisman fue el principio de una lista o la
lista se agotó con él? ¿No hubo acaso antes una orden confusa (o no tan
confusa) contra el juez Claudio Bonadio? Si la muerte de Nisman fue obra de
sicarios iraníes, como suponen servicios de inteligencia extranjeros, la lista
sólo lo incluía a él, por ahora al menos. Pero si fuese una dramática
conclusión de su denuncia contra el gobierno argentino, esa eventual lista
podría ser más extensa aún y no agotarse ni siquiera en funcionarios
judiciales. Éstas son las inferencias que se escuchan entre jueces y fiscales.
El miedo no está ausente entre ellos, como no lo estuvo entre los que
manifestaron el miércoles. Cristina
Kirchner aportó ayer más miedo al miedo preexistente.
Ese pedido de ayuda
de los fiscales llegó al inconsciente colectivo. No es casual que el fiscal más
ovacionado durante la marcha haya sido José María Campagnoli, a quien
estuvieron a punto de echar cuando intentó hurgar en la fortuna de Lázaro Báez.
La popularidad de Campagnoli tiene su explicación en que fue, junto con Nisman,
el fiscal más perseguido en los últimos tiempos por el poder cristinista.
Campagnoli debió recurrir a los medios periodísticos, sobre todo a la
televisión, para defender su estabilidad como fiscal. Una gran derrotada del miércoles fue también Alejandra Gils Carbó,
quien persiguió a Campagnoli, se mostró indiferente frente a la muerte de
Nisman y capitaneó la dolorosa fractura que existe en la Justicia. Son las
órdenes de Cristina y sus consecuencias.
Casi todos los
fiscales que encabezaron la marcha son perseguidos por Gils Carbó, con métodos
directos o indirectos, a través de sanciones o del nombramiento de comisarios
políticos en sus fiscalías. En la cabeza de la marcha estuvo, por ejemplo,
Carlos Rívolo, el fiscal que investigó el primer y fundamental tramo de la
causa contra el vicepresidente Amado Boudou por la compraventa de Ciccone. O
Carlos Stornelli, que lleva junto con Bonadio la investigación por lavado de
dinero en hoteles de la Patagonia por parte de Báez y la familia Kirchner. Bonadio y Stornelli son ahora las bestias
negras para la furia presidencial. En la mira de esos dos funcionarios están
ella y su hijo.
La ex esposa de
Nisman, la jueza Sandra Arroyo Salgado, liberó a los fiscales, con sus últimas
declaraciones, de la obligación de explicar por qué marcharon. Nisman no se
suicidó. Fiscales y jueces lo dicen ahora abiertamente. Jamás Nisman se hubiera
suicidado con un disparo en la cabeza, en el baño y en calzoncillos. Tenía un
sentido demasiado obsesivo de la estética como para hacer las cosas de ese
modo. Nadie encuentra, además, una sola razón personal o política para que haya
llegado a esa determinación. “O lo
mataron los servicios iraníes o algún sector de los servicios argentinos”,
resumió un fiscal que conoce el episodio de la muerte desde el primer minuto.
Julio Bárbaro suele
decir que la Corte Suprema de Justicia salvó a la democracia argentina de los
estragos del kirchnerismo. “¿Ustedes se
imaginan qué habría sido de la democracia si en la Corte hubiera habido tres
jueces más como Zaffaroni?”, argumenta. Es cierto. Aun con decisiones
polémicas, la Corte siempre dejó abierta la posibilidad de frenar las
arbitrariedades en la aplicación de sus propias resoluciones. La pregunta tiene
un sentido más amplio. Con un Poder Ejecutivo claramente autoritario y con un
Parlamento disciplinado y sumiso, ¿qué hubiera sido de la democracia argentina
con una Corte Suprema fanáticamente kirchnerista?
Ahora son los jueces
y fiscales los que están dolidos y sublevados. Están haciendo lo que antes no
hacían. Su deber es hacer, no demorar
las decisiones. La confirmación del procesamiento de Boudou por la causa
Ciccone explica lo que sucede en la Justicia. Esa resolución estaba prevista
para fin de mes, pero se produjo un día después de la multitudinaria marcha del
miércoles. Los jueces saben que nadie pide lo que tiene. Y la sociedad que
salió a la calle reclamó justicia y criticó la impunidad. ¿Ese apoyo popular no conllevó también, acaso, un reclamo al trabajo de
los jueces y fiscales?
Claro
que sí. Y así lo entendieron ellos en las reuniones
posteriores a la manifestación. Bonadio, el juez amenazado y el más detestado
por el kirchnerismo, fue confirmado al frente de la causa por lavado de dinero.
El juez Ariel Lijo, que llevó la investigación de Ciccone contra Boudou, fue
elogiado por sus propios pares luego de la ratificación del procesamiento del
vicepresidente. Boudou está a las puertas del segundo juicio oral y público por
hechos de corrupción. Los diez meses que le quedan podrían resultar un infierno
para él. A veces, la deshonestidad y la
mentira se pagan en este mundo.
Es probable que todo
el Gobierno atraviese diez meses convertidos en un infierno. La Justicia podría
sorprenderlo cada quince días o un mes con otra decisión adversa y dura. Es la
vieja estrategia de los jueces cuando rompen relaciones. Mucho más cuando saben, desde ayer, que están en medio de una guerra
sin medida, sin límites y sin códigos.
NOTA:
Las imágenes y destacados no corresponden a la nota original.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
No dejar comentarios anónimos. Gracias!