El pensamiento mágico
parece gobernar a la sociedad. Son muchos los ciudadanos que creen que ser
parte de una movilización cívica, plantear reclamos aislados o manifestar
públicamente su bronca, puede modificar la realidad. Como en la vida misma,
nada importante se obtiene sin esfuerzo. Al menos no con reacciones
espasmódicas o enojos fugaces.
La transformación
estructural, esa que realmente debe venir para quedarse, requiere de una
verdadera disciplina y una perseverancia a prueba de todo, poco habitual en
sociedades como estas. Existe cierto correlato entre las fantasías en las que
muchos individuos creen y su accionar cotidiano. La mayoría de los ciudadanos están
convencidos de que con un poco de honestidad por parte de los funcionarios y
algo de sentido común, el país puede crecer vigorosamente y convertirse en un
ejemplo para el mundo.
Esa leyenda no se
condice con la realidad. Las naciones que han progresado, las sociedades que
gozan hoy de un bienestar superior y condiciones de vida dignas de ser imitadas,
han hecho un enorme esfuerzo.
No se consiguen esos
éxitos con alquimia o simples giros irrelevantes. Para alcanzar metas
ambiciosas se debe trabajar intensamente durante varias generaciones, y es
posible que solo la última de ellas pueda finalmente disfrutar, al menos de una
parte, del resultado del sacrificio de tantos otros.
No es tan difícil
comprenderlo. Pero ese relato no seduce a casi nadie. La sociedad contemporánea
pretende que en poco tiempo todo sea estupendo y piensa que aprovechará pronto
los beneficios de esas políticas adecuadas.
Lo cierto es que con
la impronta actual, el cambio siquiera se ha iniciado. Lo que viene después
solo promete ser una versión atenuada de la vigente nómina de políticas equivocadas, que
encontrarán cierta sensatez respecto del presente, pero que están bastante
lejos de ser las necesarias.
La clave tal vez
radique en lo que la gente piensa. Si se sueña con prosperidad sin sacrificio,
pues no se debe esperar otra cosa de los políticos, que promesas vacías, que
ofrezcan al electorado "espejitos de
colores".
Si realmente la gente
aspira a modificar la realidad, habrá que asumir que resulta vital iniciar una
etapa de mucho esfuerzo y que para eso habrá que trabajar duro, pero sobre
todo, durante un prolongado tiempo, sin que los resultados se puedan visualizar
con tanta claridad en el cortísimo plazo.
Solo con ese
horizonte se puede emprender el camino, al menos si se pretende llegar a buen
puerto. Todos los intentos de ir por el atajo de las soluciones fáciles han
fracasado una tras otra y solo consiguieron reiterar frustraciones que quitaron
fuerza, entusiasmo y hasta esperanza.
Para poder llevar
adelante un esquema distinto, se necesita mucho más compromiso que el de hoy.
Bastante más de lo que se ha visto hasta aquí. Es importante movilizarse, es
valioso tener la actitud de reclamar frente a las injusticias y a la impunidad.
Es muy saludable además reclamar por la verdad y la transparencia. Pero es
definitivamente insuficiente.
El compromiso no
puede traducirse en conductas aisladas. No al menos si el objetivo genuino es
lograr reformas profundas. Mucha gente dice que no puede hacer más porque no
tiene tiempo, porque sus obligaciones laborales no lo permiten o sus familias
requieren mayor atención. Dicen entonces que no desean desviar energías hacia
cuestiones como la política.
Esa posición
individual es muy atendible, altamente razonable viniendo de personas que saben
que no deben delegar cuestiones centrales de sus vidas en terceros. No menos
cierto es que esa postura, de cierta indiferencia, de apatía cívica, de abulia
ciudadana, no conduce a nada bueno.
Si ese argumento se
valida, pues entonces habrá que resignarse. Creer que la dirigencia política
puede actuar por sí misma, con seriedad y responsabilidad, bajo la orientación
de conceptos abstractos y sin control ciudadano, es no comprender la esencia de
la actividad política.
No alcanza con lo que
se hace hoy. Hace falta mucho más que esto. Es tiempo de involucrarse con
determinación. De lo contrario habrá que esperar que lo que ahora incomoda se
perpetúe en el tiempo y hasta se profundice. Nada cambiará si cada ciudadano
mañana hace lo mismo que ayer. Se requiere de una tarea reflexiva,
absolutamente individual, con autocrítica. Sin ella será improbable que algo
positivo ocurra. Albert Einstein solía decir que "si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo".
Existen muchas formas
de participar. No solo hay un modo de hacer las cosas. Se puede integrar
partidos políticos. Es un camino totalmente legítimo. Es posible que haya que
meterse en el barro y la alternativa sea ser parte activa de ese grupo
dispuesto a desenredar la madeja.
Pero también se
pueden buscar otras variantes, como por ejemplo sumarse a organizaciones de la
sociedad civil, siendo protagonista en instituciones que gravitan en el proceso
de decisiones de la comunidad. Hasta es apropiado pensar en crear nuevas para
completar el tablero. Se puede aportar trabajo, pero también tiempo y hasta
dinero para que esas loables causas en las que cada uno cree, puedan avanzar
sostenidamente.
La gama de
posibilidades es casi infinita. Lo que es irrefutable es que si todo pasa por
adherirse a una marcha cada tres meses, despotricar utilizando las redes
sociales y enojarse en la mesa familiar, pues es bueno saber que ese camino no
conduce a ninguna parte. Por triste que sea, por cruel que parezca, los hechos recientes
solo confirman que todo seguirá girando en círculos y que el compromiso por
ahora es insuficiente.
Alberto
Medina Méndez
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