LA NACION – 03 jun13 – Opinión –
Editorial I
Llaman la atención las críticas
que recibió el gobernador De la Sota
tras expresar el mismo propósito pacificador que viene exhibiendo el Papa
Ha llamado la atención la acritud
con la cual el gobernador de Córdoba
ha sido atacado en represalia por la convocatoria que formuló a la reconciliación nacional en el
transcurso de una entrevista periodística. No es cosa menor que en un país
sumido en traumas provenientes del pasado, y a los que se suma la crispación
arrogante en destilación permanente desde la Casa Rosada, alguien sea tratado con ferocidad por proponer nada
más y nada menos que la misma plegaria que el Papa ha rezado ante los argentinos desde que era arzobispo de
Buenos Aires.
Las palabras del gobernador José Manuel de la Sota
pasaron de largo, sin réplica alguna, por el corredor de los partidos de
oposición. Fue desde las filas de la fuerza política que lo tuvo, entre otros
altos cargos, como embajador en Brasil, que partieron las hostilidades.
Alentaron la controversia por sus manifestaciones las figuras del oficialismo
más identificadas con organizaciones que han hecho de los derechos humanos una
bandera facciosa, porque no reconoce responsabilidades sino de un solo lado y,
en ciertos casos, de lucro no sólo para los efectos políticos.
Tan pronto como De la Sota expresó que la Argentina "necesita un baño de
reconciliación" lo asaltaron desde el kirchnerismo. Le imputaron que pretende el olvido de los crímenes
cometidos por los militares que gobernaron desde 1976 hasta la restauración
democrática de 1983. Algo que molestó y preocupa a sus impugnantes es que De la Sota haya denunciado que, en nombre de los derechos humanos, se
alienta desde el gobierno nacional una política de resentimiento.
No era ésa, en verdad, la
política a la que los Kirchner adscribían cuando gobernaban
Santa Cruz; por el contrario, según todos los testimonios civiles y militares
que se han ido abriendo paso con los años, entonces se acomodaron con facilidad
al soplo de otros vientos. ¿O no dijeron
que Carlos Menem era el mejor presidente de los argentinos después de que éste
dictara los indultos que sacaron de la cárcel a ex comandantes en jefe de las
Fuerzas Armadas y cerrara, sin dejar resquicio alguno, salvo el de secuestro de
menores, el capítulo abierto por el Congreso de la Nación con las leyes de
punto final y obediencia debida?
Pero lo que más ha de haber
incomodado a los críticos del gobernador
cordobés fue que, además de las condenas a los militares, él quiere que
también vayan presos los asesinos de quien en 1973 era secretario general de la CGT, José Rucci. Esto ya no sólo incomoda,
sino que inquieta, con vistas a un futuro acaso no tan lejano, a los civiles
que desde bandas subversivas cometieron crímenes imperdonables por su gravedad
y su número: el de Rucci es sólo uno
entre mil. De la Sota se limitó a
plantear, sin decirlo, que no puede haber reconciliación sin aplicación
igualitaria de la ley para quienes produjeron el baño de sangre de los años
setenta.
Tarde o temprano eso habrá de
suceder, porque así lo imponen la justicia y la equidad.
NOTA: Las imágenes y negritas no corresponden a la nota
original.
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