20/01/2014
Por Mauricio Ortín
Qué poco les deben, a
los intelectuales de su país y del mundo, los perseguidos políticos argentinos
por el gobierno nacional (oficialismo y oposición). La izquierda
revolucionaria, allí donde logró conquistar el poder, se ha caracterizado por
perseguir y aniquilar a todo sospechoso de amenazar la estabilidad del sistema
totalitario impuesto. Los procedimientos utilizados para este fin oscilan desde
el asesinato directo, brutal y público hasta el homicidio precedido por una
farsa llamada “juicio”. Así, por ejemplo, el mayor asesino de la historia, el
comunista José Stalin, se deshizo de casi todos sus compañeros bolcheviques con
el simple expediente de acusarlos por el crimen de “desviacionismo burgués” y
de conspirar contra la revolución comunista. Este tipo de sutilezas se
reservaba solo para los miembros del partido comunista y el gobierno (a los
personas ordinarias se los asesinaba sin trámite alguno). Para la versión
latina de la “justicia izquierdista” con el “juicio”, y posterior condena a
muerte, al General Arnaldo Ochoa, a Tony de la Guardia y otros militares
cubanos por parte de la dictadura de Fidel Castro, alcanzaría; sin embargo, la
“justicia” argentina también ha hecho sus méritos en ese sentido. Ello, porque
resulta indisimulable la influencia nefasta del “derecho” penal comunista en
procesos judiciales por crímenes de lesa humanidad. Comenzando por la iniquidad
que implica el que la figura de crimen de lesa humanidad sea aplicable a todos
salvo a los que pertenecieron a la izquierda.
Haber participado en asesinatos,
secuestros y robos no constituye un crimen de lesa humanidad si el que lo
perpetró puede demostrar que perteneció a las bandas Montoneros o ERP. Más aún,
sus testimonios son tenidos por los jueces
como “palabra santa” y principal prueba de cargo para condenar a militares,
policías, curas, empresarios y funcionarios públicos que actuaron en los ’70.
Estos últimos no tienen posibilidad de redención alguna ya que llevan, en la
frente, la marca cainita de pertenecer a la “maldita” derecha (para la
izquierda, Caín, necesariamente, fue el primer derechista de la humanidad.)
La presencia del
sesgo ideológico marxista que domina el proceso judicial se manifiesta, por
ejemplo, en el contexto histórico de los hechos que hacen los jueces y fiscales.
En esos escritos, jóvenes idealistas son ferozmente reprimidos por fuerzas
policiales o militares. Poco o nada se dice de los motivos de los brutales
asesinatos cometidos por los “idealistas”.
En relación a la
validez de los testimonios, habría que considerar que los subversivos
manifestaron en su momento (antes de que comenzara la represión peronista de la
triple A), en estricto cumplimiento su ideario marxista, su intención de
eliminar físicamente al empresariado (la burguesía) y a su “brazo armado”, las
Fuerzas Armadas. Si se tiene en cuenta, además, que nunca demostraron
arrepentimiento por sus intenciones y actos, luego, necesariamente se debe
concluir que sus testimonios no están dirigidos a buscar justicia sino al
primigenio afán de eliminar a sus enemigos de clase. De allí que, parafraseando
a Clausewitz y a Lenin, se podría
afirmar lo que surge como obvio: “que
los procesos judiciales argentinos por crímenes de lesa humanidad son la
continuación de la guerra -de clases- por otros medios”. Circunstancia ésta
que, a su vez, podría o debería ser considerada “crimen –imprescriptible- de
lesa humanidad” por otros jueces y fiscales.
Los optimistas
sostienen que la Justicia aunque tarde, finalmente, llega. Ese día, los
perseguidos sobrevivientes y sus familiares y amigos sabrán decirle, a los
políticos, a los sacerdotes –incluido el papa Francisco- y a los intelectuales
de su país y del mundo: ¡Qué poco les debemos!
NOTA:
Las imágenes no corresponden a la nota original.
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