Por: Alberto Medina
Méndez
Argentina recorre un
sendero sin retorno. La farsa está llegando a su fin. Lo que hace meses se
ponía en dudas, hoy ya es una realidad. Se vive una etapa de incertidumbre. Nadie tiene precisiones de cómo y cuándo
ocurrirá el desenlace de este gran sainete que lleva muchos años.
Una vez más, se ha
demostrado que las tropelías y los dislates sólo conducen hacia el desastre. En
esta ocasión, el país, que fue siempre bendecido por su suerte y sus
condiciones naturales privilegiadas, pudo sostener este engaño por un tiempo
más prolongado que el razonable.
El “viento de cola”,
las circunstancias internacionales altamente favorables, determinados eventos
sin méritos propios, hicieron que los
planetas se alinearan mejorando las posibilidades de una nación que supo ser
potencia, pero que se ha especializado en desperdiciar oportunidades.
Lamentablemente, esta vez, no ha sido la excepción.
El
derrumbe progresivo se hace cada vez más indisimulable.
Las reservas del Banco Central en caída permanente, un cepo cambiario que
muestra una debilidad absoluta, el inocultable deterioro institucional, el
poder centralizado en pocas manos, las libertades que desaparecen una a una,
una moneda devaluada, un prestigio internacional de gran fragilidad, una
economía cerrada por una actitud de aislamiento, la inflación y su triste podio
mundial, y la lista continua con innumerables cuestiones que demuestran el
desgaste que evoluciona semana a semana sin detenerse.
Hasta hace poco,
algunos ardides permitían dejar el abordaje de los temas de fondo y sus
soluciones para más adelante. Esas medidas se han agotado. Como sucede con la
medicación, ciertas formulas ya no generan el efecto deseado. La credibilidad del gobierno pasa por su
peor momento y su legitimidad es cuestionada sin mostrar señales de
recuperación.
Frente a ese
escenario, el resultado es evidente. La discusión ya no pasa por lo que
inexorablemente ocurrirá, sino más bien por estar a tiempo de elegir el cómo y
el cuándo. El estado de situación permite, por ahora, cierta elección de
caminos. Todavía admite la chance de definir de qué manera se quiere concluir
esta etapa, para empezar la siguiente, y hasta es probable que se pueda optar
por el momento más adecuado. Pronto, ya ni siquiera será posible elegir ni el
instante ni las formas.
No
es deseable que el gobierno tenga que huir anticipadamente como ya ha ocurrido
tristemente en el pasado, con todo lo que ello implica.
Ese contexto dejaría a la sociedad a la deriva, complicando aun más la compleja
situación real, agregando una crisis política institucional absolutamente
innecesaria.
Lo
esperable es que el gobierno se haga cargo de sus disparates e imprudencias y
vuelva sobre sus pasos, dejando su orgullo político de lado y su
fundamentalismo ideológico sobreactuado, aunque este tipo de
actitudes de razonabilidad y madurez no son atributos habituales del
oficialismo.
Aun sin asumir sus
compromisos y continuando con su desacreditado relato, es de esperar que el
Gobierno intente concluir el mandato constitucional, a cualquier costo, aunque
ello signifique hacerle pagar a los ciudadanos un costo exagerado, no por ello
menos merecido. Después de todo, el
hecho de apoyar a determinados dirigentes respaldando sus políticas debe tener
consecuencias y nada se aprende evadiendo responsabilidades.
La oposición, al
menos por ahora, solo recita diagnósticos y a veces sólo narra la crónica de
los hechos, como si fuera una simple espectadora. No parece tener un programa
de acción serio, ni siquiera para proponerle al oficialismo ciertas variantes a
sus equivocadas políticas.
En definitiva, con
gobernantes necios y claramente desorientados, será difícil que el final del
camino no sea el imaginado. Pero también es cierto que con opositores sin
soluciones, que privilegian las disputas por sobre su rol como alternativa política,
es imposible ser optimistas.
Siendo que el
itinerario parece inevitable, habrá que poner energías en elegir el momento y
la manera de transcurrir la situación con el menor daño posible. Tal vez aún se
pueda elegir el modo de aterrizar “el avión” y hasta la oportunidad. Puede que
luego sea demasiado tarde y no sea factible decidir nada para solo aceptar el
colapso sin margen de maniobra.
Es importante asumir
responsabilidades. Las tienen los que gobiernan, pero también los que cumplen
el rol de opositores. La gente que al votar, apoya políticas equivocadas porque
cree en la magia de que todo es gratis y nadie paga la fiesta es tan
responsable como los que decidieron dejar que todo suceda, cruzarse de brazos y
hacerse los distraídos. Se trata de un final anunciado. Solo resta saber cómo y
cuándo.
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