El famoso dicho “una imagen vale más que mil palabras”
se refiere a la noción de que una idea compleja puede ser transmitida sólo con
una imagen, una imagen que descoloca y que queda grabada en nuestras mentes. El
origen de esta expresión popular podría resultarnos reciente, aunque es en
realidad originaria de la China antigua. Como ejemplo basta con mostrar una
tapa reciente de la revista Barcelona, medio de comunicación al que no se puede
identificar con una ideología conservadora de la derecha… más bien diríamos que
es “progre”, para usar un término de
moda.
Es evidente que
Barcelona cuestiona el uso político que hace el poder de turno y no se tragó el
sapo… nosotros tampoco.
Les dejamos un
artículo publicado en El Tribuno de Salta, con un análisis no tan simple acerca
de la identidad de las personas y su recuperación.
Sinceramente,
Pacificación
Nacional Definitiva
por
una Nueva Década en Paz y para Siempre
IGNACIO
PONE A PRUEBA LA IDEA DE "IDENTIDAD"
20-08-2014
Gabriel Palumbo |
Nadie está en
condiciones de restituir la identidad de nadie salvo que esté dispuesto,
previamente, a negarle la totalidad de su propia subjetividad anterior. La idea
de restitución de la identidad es una idea estrictamente política y su uso
también lo es. Llamar Guido a Ignacio es
despreciar todo lo que Ignacio es y ha sabido construir.
"Ignacio,
me llamo". Lo tuvo que pedir varias veces, con
insistencia.
La intensidad con que
los periodistas y los militantes quieren llamar
Guido a Ignacio no es solo un acto de ignorancia o de torpeza. Es una
muestra enorme de lo que la falta de diferenciación entre lo público y lo
privado puede hacer en la vida de las sociedades.
Una sociedad que
cree, sin reflexionar demasiado, que está en condiciones de restituirle la
identidad a una persona, está marcada por un componente animista, conservador y
retardatario que muy improbablemente advierta.
El debate excede en
mucho el tema que ocupa los diarios, ya que propone un diálogo improbable: el
de identidad y restitución. La idea de identidad es sumamente compleja y no
admite suspensiones. La identidad individual, la única posible, es una construcción
que no se suspende por ningún motivo ni en ningún momento. La única forma en la
que podría argumentarse esa suspensión debería, en el mismo momento, admitir
que se está dispuesto también a suspender la propia subjetividad que es objeto
de análisis.
La identidad no es
algo que se pueda esencializar. Toda construcción identitaria es compleja,
múltiple y sumamente dinámica. No es posible vaciar este proceso de
construcción subjetiva por ninguna situación particular, por extrema que fuere.
La identidad se conforma con la acumulación de experiencias y no admite ser
contrastada con los conceptos de verdad o mentira en un sentido mundano. La
identidad se hace de los fracasos, los equívocos y los aciertos de la
experiencia humana. Esta experiencia,
intransferible, acumulativa y creativa no se suspende por una dictadura.
Ser persona,
construir una identidad, tener un nombre y finalmente reconocerse y ser
reconocido, depende fundamental y sencillamente de la posibilidad de hablar un
lenguaje particular, un lenguaje que nos habilite a discutir incluso nuestras
propias creencias y deseos.
Cada
historia personal es particular, propia y enteramente contingente.
Por lo tanto, nadie está en condiciones de restituir la identidad de nadie
salvo que esté dispuesto, previamente, a negarle la totalidad de su propia
subjetividad anterior.
La idea de
restitución de la identidad es una idea estrictamente política y su uso también
lo es.
La
pretensión del Gobierno por convertir un hecho íntimo en un suceso espectacular
responde, en realidad, a una lógica muy distinta de la que se utiliza para
justificarlo. La tragedia se convierte en farsa
bajo la utilización autoritaria del pasado. Lo que se convierte en el centro de
atención no es algo relacionado con la justicia o con la posibilidad de
considerar la historia en su complejidad. La única voluntad que mueve al
Gobierno es de la capitalización simbólica por vía de la tergiversación y el
engaño.
La
cultura de los derechos humanos tiene en Argentina un componente particular que
se acentúa con el populismo. Argentina no pudo
nunca utilizar el universo de los derechos humanos para colaborar en la
construcción de una comunidad. La idea de los derechos humanos ha servido,
desde la recuperación democrática hasta ahora, como un ejercicio de partición y
de separación social. En lugar de buscar recrear los lazos comunitarios, se ha
reforzado la idea de la existencia de planos morales sin matices. En vez de buscar la continuidad de una
sociedad colaborativa, se utiliza la historia, el pasado y la memoria para
separar y estigmatizar.
La posibilidad de
reconciliación y búsqueda pública de una vida en común se perdió
definitivamente en relación con los responsables directos de la dictadura. Los
excesos concesivos que las mayorías argentinas tienen frente a las tentaciones
autoritarias aparecen bastante claros. Hay
que considerarlos como factor indispensable de nuestro empequeñecimiento
democrático.
NOTA:
Las imágenes y destacados no corresponden a la nota original.
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