Salvo
alguno que otro relato aislado[1],
ningún argentino ha escrito nada de su experiencia e instrucción militar en
Cuba. Contrariamente, el chileno Max Marambio relata en sus memorias su paso
por Cuba (1966-1968), su retorno a Chile, su vinculación al Movimiento de
Izquierda Revolucionaria (MIR) y su vida en la clandestinidad de la que emerge
en 1970 para convertirse en el jefe de la custodia del presidente Salvador
Allende, conocida como GAP (“Grupo de
Amigos Personales”).
Marambio
cuyo nombre de guerra era Aurelio Roca o
Ariel relató cómo conoció en La Habana a dirigentes guerrilleros de todo el
continente: “era fascinante vincularse
con aquel universo de revolucionarios latinoamericanos, donde se mezclaban
probados combatientes, intelectuales de izquierda, diletantes circunstanciales
y aprendices de revolucionarios.” Primero tuvo un entrenamiento básico en
una finca en las afueras de La Habana que se denominaba R-2. Luego fue
trasladado a las montañas de Pinar del Río, al campo que “Benigno” Dariel Alarcón Ramírez, uno de los instructores a su
vuelta de Bolivia, denominara el PETI 1.[2]
En
el centro de instrucción guerrillero había entre 30 y 40 “combatientes de diferentes nacionalidades…y sobre todo argentinos de
diversos grupos políticos”. “Con
los argentinos no me llevaba muy bien, escribió Max Marambio, debido al
nacionalismo de sus posiciones políticas. Provenían del peronismo y su
formación era distinta a la mía, su catolicismo chocaba con mi ateísmo,
entonces tan intolerante como la devoción de ellos por los santos. A uno lo
reconocí años después en una foto donde la prensa daba cuenta de su muerte en
una emboscada en Buenos Aires. Se trataba de Fernando Abal Medina, fundador y
dirigente de los Montoneros.” En el campamento “recibíamos clases de tiro, explosivos, artillería artesanal, lucha
urbana, topografía y otras artes de la guerra irregular”; luego relató que
con el paso de los días muchos defeccionaron. No así los argentinos “de diversas tendencias cuyo contingente mayor lo formaba un grupo de
católicos dirigidos por un cura.” Era el Padre Carlos Francisco Sergio Mugica Echagüe,
hijo del dirigente conservador Adolfo Mugica, ex canciller de Arturo Frondizi. La
presencia de Mugica en Cuba es sugerida por el chileno Max Marambio en “Las armas de ayer”[3]
y explícitamente (al autor) por un ex miembro del Ejército de Liberación
Nacional perteneciente al Sector 8, entrenado en Cuba en 1968, en la misma
época que el sacerdote.
Pocos
años más tarde, tras publicarse la biografía de Jorge Rulli[4],
se confirma su presencia del cura en La Habana. El escritor Juan Mendoza al
relatar la vida de Rulli, dice que Mugica llegó a Cuba en 1968 tras los acontecimientos del “Mayo Francés”. Fue un viaje fugaz
porque “lo hacía a espaldas del obispo,
para la oficialidad de la Iglesia (argentina), Mugica nunca se movió de
Francia, donde realizaba unos cursos de Teología”. En La Habana vivió en
una casa de “protocolo” junto con
Rulli, a quien conocía muy bien.
El
cura, durante su estadía de un mes, tuvo “un
ritmo de salidas abrumador. Todas
las noches cenaba con alguien distinto. Comandantes y subcomandantes, con sus
familias incluidas, querían conocer al cura obrero, al precursor del Movimiento
de los Sacerdotes para el Tercer Mundo.”
La
noche anterior a su partida de La Habana tuvo una cena con oficiales cubanos. A
la vuelta, pasada la medianoche, Rulli observó en Mugica “una profunda
tristeza”. Ante una pregunta del porqué de su estado a ánimo, el
cura le contó que no tenía ningún problema: “Esta noche me reuní con el
representante de América[5]
latina y él me pidió, no me lo dijo abiertamente, pero me lo dio a entender que
yo sería muy útil como agente de los cubanos”.
Entre
otras veleidades, Mugica fue miembro del directorio editorial de “Liberación”, órgano del ERP-22 en abril
de 1973, junto con Monseñor Jerónimo Podestá, Gustavo Roca, Rodolfo Walsh,
Ortega Peña, Eduardo Luis Duhalde y Julio Cortázar. Mugica fue asesinado al
salir de decir misa en Zelada 4771, CF, el 11 mayo de 1974. El periodista Jacobo Timerman
desde La Opinión acusó a Montoneros. Durante su entierro, la hermana de Mugica
le dijo a Mario Firmenich: “Señor le voy a pedir que se retire. Yo soy la hermana de Carlos Mugica y usted
nos está ofendiendo con su presencia. ¡Vayase de aquí! Usted hizo mucho daño al
país”.
Años más tarde, durante una reunión con
exiliados en Holanda, Rodolfo Galimberti se adjudicó la muerte. De esa
reunión participaron algunos que son altos funcionarios del gobierno de
Cristina Fernández de Kirchner. Unas pocas horas más tarde, en la intimidad,
con una mujer holandesa –y con unas copas de más– volvió a repetir la misma
versión. Todo esto me fue
relatado por uno de sus participantes.[6]
Pero
hay algo más: Los
asesinatos de Mugica; el sindicalista José Ignacio Rucci y el Comisario General
Alberto Villar, el jefe de la Policía Federal, nombrado por el presidente Juan
Domingo Perón, fueron temas de conversación en un encuentro casual entre
Galimberti con José López Rega, el ex secretario privado y Ministro de
Bienestar Social de Perón y su esposa, la presidenta María Estela Martínez de
Perón. Según María Elena Cisneros Rueda, la pareja de López Rega[7],
habían ido a almorzar al restaurante “Bavaria”,
ubicado a un costado de la “Place du
Marché” del pueblo suizo de Montreux. En realidad no vivían ahí sino a
pocos kilómetros, en la calle Byron 7 del pueblito de Villeneuve. López Rega
vivía clandestino, porque era requerido por las autoridades militares que habían
derrocado a la viuda de Perón y tenía varias causas en la Justicia.
Cuando
salieron del restaurante, la pareja caminó unos metros y se topó con el
dirigente montonero Rodolfo Galimberti, que se encontraba acompañado de una
mujer. Se saludaron ceremoniosamente, sin ninguna calidez. López Rega le dirigió una fría
mirada. Sólo atinó a preguntarle por qué habían matado a Mugica, Rucci y
Villar. Las dos mujeres presentes observaban en silencio.
Galimberti
intentó una explicación diciendo que él no había sido el que “apretó el gatillo” contra Mugica,
respuesta que molestó aún más a López Rega que, exaltado, dijo ¿Cómo pudieron hacer eso?
La
memoria de María Elena tiene presente que Galimberti afirmó en voz alta: “No te entendimos”. Luego, Galimberti
contó que vivía en Londres, donde le ofreció refugio, pasaporte y custodia. La
compañera de López Rega contó que el ex jefe montonero se sacó la boina como
demostración de respeto y “pidió perdón”. Se
despidieron con un abrazo y no se volvieron a ver.
Juan Bautista 'Tata' Yofre
NOTA: Las imágenes no corresponden a la nota original.
[1] Una excepción es “El furor y el
delirio” de Jorge Masetti, Editorial Tusquets (1999).
[2] Libro citado “Memorias de un
soldado cubano”.
[3] “Las armas de ayer”, Random
House-Mondadori, Buenos Aires 2009.
[4]
“El guerrero de la
periferia”, Juan Mendoza, Editorial Del Nuevo Extremo, Buenos Aires 2011.
[5] Jorge Rulli se debe referir al
comandante Manuel Piñeiro Losada, jefe del Departamento América del Partido
Comunista de Cuba.
[6] El autor lo relató en “Volver a
Matar” (2009); “El Escarmiento” (2010) y “La trama de Madrid” (2013. Todos
editados por Editorial Sudamericana.
[7] Diálogos con el autor, los días
10 y 16 de julio de 2014.
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