Editorial I
Falsos lemas como el de "juicio y castigo" se han
convertido en sinónimos y en una imposición que es el reverso del espíritu de
reconciliación
A lo largo de la perversa década política del llamado "kirchnerismo", la
reiterada frase: "Justicia y
condena", a veces reemplazada por "Juicio
y Castigo", ha repiqueteado cual ariete en nuestros oídos y ante
nuestra vista. A la manera de muletilla, ha sido pronunciada con enorme
frecuencia y alimentada constantemente con amplios recursos, habitualmente sin
generar más reacciones que las de un penoso silencio. Pese a la inmensidad de la verdadera depravación que su contenido real
supone y procura imponer: el del bien llamado odio añejado.
Esas dos terribles frases
sintetizan la cuota de irracionalidad que se esconde detrás de la sed de
venganza que alimenta a quienes las utilizan. Lo grave es que ese sentimiento
resentido aún parecería anidar profundo en el corazón de algunos.
No es pedir "Justicia y Sentencia". No es cumplir con el deber de
investigar y desentrañar la verdad de nuestras lamentables tragedias de los
años 70. No es tampoco absolver o
condenar, según surja de la prueba que se produzca, más allá de toda duda
razonable, en una investigación independiente y seria, que debería ser
siempre veraz y sincera. Para todos por igual.
Se trata en particular de
aquellos juicios en los que, con total descaro, se presiona -presencial y
físicamente- a nuestros magistrados judiciales, cuyos despachos, salas de
audiencia y estrados fueron constantemente transformados en ámbitos
vociferantes e intimidantes, muy similares a los que acompañaron el reiterado
uso de la guillotina durante las etapas más sangrientas e irracionales de la
Revolución Francesa. Todo eso sin que se
alzaran voces serenas, que señalaran que esas deplorables pero frecuentes
presiones avasallaron y sometieron a la justicia, por miedo.
Las frases que mencionamos, que
aún resuenan en nuestra sociedad, no son, para nada, un pedido o reclamo de
justicia. Son todo lo contrario. Son otra cosa, muy distinta. Porque se trata de exigir e imponer
injusticia, de pisotear la verdad cada vez que ello fuera necesario, aún
recurriendo a las falsedades y a las mentiras para alcanzar el pretendido
desquite.
Suponen, peor aún, tratar de
transformar a nuestros jueces en subalternos de quienes las pronuncian, dejando
de lado su deber ineludible de actuar con absoluta independencia. Son y han
sido una forma más de intimidar o de sembrar el temor que debemos desterrar.
Son, obviamente, todo lo contrario a la
disposición a perdonar. Son un muro más en el que, quienes la pronuncian o
gritan, pretenden hacer estrellar los esfuerzos de aquellos que creemos
firmemente en la posibilidad de reconciliación.
Al final de una triste etapa
histórica, en la que se ha destrozado, malquistado, dividido, y enemistado a
nuestra sociedad y mentido sin el menor pudor, esas frases son una muestra de
lo que, cual veneno, se sembró
constantemente en nuestra sociedad para procurar desunirla y mantenerla
fragmentada. Y también de lo mucho que deberemos esforzarnos y empeñarnos
cuando se trata de construir el indispensable clima de unidad que supone la
realidad de conformar todos una misma nación.
NOTA: Las imágenes y destacados no corresponden a la nota
original.
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