13/02/2015
He pasado por la
experiencia de vivir dos veces en países que decían marchar hacia el
socialismo: estuve en Chile, entre 1971 y 1972, cuando Salvador Allende encabezaba un gobierno que pretendía crear un
socialismo en libertad, y años más tarde en Venezuela, desde 1974 hasta que
Chávez emprendió su navegación hacia el “mar de la felicidad”, que para él
no era otro que el socialismo cubano.
En los dos casos tuve que soportar escasez, colas, violencia y una vida penosa
en la que cada instante debía consagrarse a la búsqueda de los alimentos y los
productos básicos que se necesitan para vivir.
El
socialismo venezolano pudo, durante algún tiempo, ocultar sus miserias:
el elevado precio del petróleo en el mercado internacional proveía al gobierno
de los fondos para otorgar divisas a los
particulares, para implementar amplios programas sociales que no eran otra cosa
que entregas directas de dinero a millones de personas, millones para financiar
a políticos afines a sus ideas en el exterior y hasta para contratar una nube
impresionante de funcionarios públicos que vivían del presupuesto del estado.
Pero los precios bajaron, como siempre ocurre, y es ahora que podemos apreciar
las verdaderas consecuencias de las políticas nefastas que se llevan a cabo
desde hace 15 años en ese país.
Hoy
la empresa privada, la que aún queda en Venezuela, no tiene dólares para
comprar los insumos que necesita para producir.
Hay una terrible escasez de alimentos, medicinas y otros bienes que lleva a los
atribulados ciudadanos a permanecer muchas horas en colas espantosamente
largas. Los servicios de todo tipo que presta el estado son de mala calidad y
los casi tres millones de empleados públicos, en un país que posee alrededor de
30 millones de habitantes, no hacen otra cosa que parasitar una sociedad que se
empobrece día a día: imagínese el lector
cómo serían los Estados Unidos si tuviesen 30 millones de funcionarios
públicos!
Hace unos días Jorge Giordani, quien fuera por mucho
tiempo el llamado zar de la economía venezolana, dijo que el país había perdido su riqueza y que el “burocratismo, la ignorancia y la incompetencia” del régimen había
llevado al resultado catastrófico que hoy tenemos ante la vista. Pero se cuidó
mucho de agregar que esos males eran propios “del sistema capitalista”. No
me extraña: conocí a Giordani
cuando compartíamos cátedras en la Universidad Central de Venezuela y era un
triste profesor que repetía sus insípidas lecciones para burla de sus alumnos y
un firme defensor del régimen de Corea del Norte, al que seguramente ahora sigue
apoyando. Giordani, como sus amigos
y camaradas, es el responsable de llevar
a Venezuela por un camino socialista que incluye el acoso de todo tipo a la
empresa privada, el manejo del comercio exterior por parte del estado, una
burocracia inmensa y un manejo irresponsable –y generalmente corrupto- de los
ingresos que llegan al gobierno. Solo le faltó agregar, al exministro, que
también en Venezuela hay un régimen
dictatorial que persigue a sus ciudadanos hasta por sacar fotos de las
colas y de los estantes vacíos de las tiendas, que recurre sin pudor a la
represión y en el que no existe para nada la división de los poderes del
estado.
Colas en Venezuela para comprar comida |
No es casualidad que
esta situación de empobrecimiento general se haya producido en Venezuela. Lo mismo ocurría en el Chile de los años
setenta aunque hoy, en el país andino, la izquierda trata de hacer olvidar ese
pasado que la acusa. Lo mismo, agravado, han tenido que soportar por más de
medio siglo los cubanos, sujetos a la
tiranía de un Fidel Castro que dominó por medio siglo a la isla como si fuese
un rey absoluto. Idéntico desastre
económico ocurrió en la Unión Soviética, en China y en los demás países
socialistas: represión y miseria, un estado todopoderoso; se producían
armas sofisticadas, misiles y satélites, pero el consumidor tenía que luchar
para conseguir zapatos de escasa calidad, comestibles y artículos de limpieza.
Los artículos electrodomésticos eran un lujo que solo se reservaba a unos
pocos. A estas penurias se añadían
espantosas restricciones a la libertad: por ejemplo estaba prohibido, en la
Unión Soviética, poseer una simple máquina de escribir para uso personal.
Las
conclusiones son obvias, pero algunos se niegan obstinadamente a sacarlas:
cuando se rompe la trama de acuerdos voluntarios para intercambiar bienes y
servicios, que es en definitiva el mercado, cuando se suprimen las libertades
de las personas, cuando se entrega al estado un poder inmenso sobre la economía
y sobre la vida de las personas, el resultado no puede ser otro que la opresión
y la pobreza generalizadas. El socialismo es miseria y, lo que es peor, es
un régimen cerrado del que cuesta mucho salir pues los habitantes, sometidos
por hambre y con temor a la represión del régimen, tienen muy escasas
posibilidades de rebelarse y de cambiar su agobiante modo de vivir. Ojalá
que en el caso de Venezuela la situación evolucione de modo diferente… pero, por desgracia, dudo mucho de que eso
ocurra.
Por Carlos
Sabino[1]
NOTA:
Las imágenes y destacados no corresponden a la nota original.
[1] Nacido en Buenos Aires, 1944.
Sociólogo (Universidad de Buenos Aires) y Doctor en Ciencias Sociales.
En este momento transicional para América Latina
en que la juventud juega un papel muy importante, Carlos Sabino, con su
experiencia de participación en movimientos juveniles de izquierda por la falta
de respuesta del modelo democrático instaurado en su país, Argentina, comenta
que la mayoría de jóvenes canalizan su ansiedad, descontento y preocupación por
cambiar el mundo, participando en movimientos que terminan en violencia y
muerte. Sabino responde a las incógnitas de los jóvenes liberales diciendo que
no existen modelos o recetas para emprender la lucha, pero que es importante
mantener claros los ideales que permitan buscar formas creativas de
manifestación para rescatar las metas de la libertad. Considera que existe un
camino largo por andar pero que es importante conocer la historia para entender
el presente de los países latinoamericanos.
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