por José Luis Milia
Estoy con ellos
porque los llevo en lo más profundo de mi alma. Ellos con sus actitudes, en el
momento en que los que hacen del rencor una política de estado decidieron que
era acción ejemplar perseguirlos, fortalecieron en mí esos principios sencillos
pero profundos que se maman en la adolescencia. Fundamentalmente la lealtad.
Estoy con ellos
porque los considero mis hermanos, sin osar creerme que soy como ellos. En
todos estos años de acoso y maltrato no han conseguido los sicarios que los
atormentan que ni uno solo de ellos venda a un camarada a cambio de libertad o
comodidades. Imposible. La formación que han recibido, esa formación que hoy a
toda costa intentan cambiar, creó hombres de una pieza. Además, ¿Cómo iban a
hacerlo si seguramente se ahogaron en asco al ser testigos de cómo sus enemigos
se vendían entre ellos?
Tenían entre
veintitrés y cuarenta y cinco años cuando fueron a luchar una guerra que
seguramente ni querían ni estaban preparados para pelearla de esa manera porque
eran conscientes que no solo se iban a jugar la vida -lo cual era una
contingencia de su profesión- sino también el alma. Pero la Patria lo demandó y allá fueron.
Pocos eran jefes. Los
más, oficiales y suboficiales de las Fuerzas Armadas y de Seguridad. Sabían seguramente
que la ingratitud sería el premio que tendrían, pero ese amor de locos por esta
Tierra no les permitió medir los riesgos que cualquiera con menos hombría que
ellos hubieran evitado.
Jamás presumieron de
nada. Callada y silenciosamente cumplieron con su deber. Ese que la Patria
exigía y nosotros, el resto, desde nuestra comodidad demandábamos. Terminada la guerra, con sus convicciones
incólumes, volvieron a sus cuarteles, sus naves, sus bases, sus escuadrones,
sus comisarías, con el alma en cicatriz y arrastrando mochilas cargadas de
dolores que nunca conoceremos porque como hombres que son los han guardado en
lo más profundo de su corazón.
Estoy con ellos
porque cada vez que los visito soy testigo de que la venganza va más allá de
ellos. Si es posible darles más incomodidad a sus familias y amigos siempre
habrá alguien -juez, fiscal o alcahuete raso- que dé la orden pertinente.
Jamás levantaron la
voz cuando el rencor los atacó, jamás le echaron en cara a nadie la ingratitud
que hacia ellos hemos mostrado, pero jamás agacharon la cabeza cuando los que
se olvidaron de ellos se unieron al coro infame de políticos, periodistas y
hombres comunes que los injurian diariamente tratando de hacerse “perdonar” las alabanzas que en su
momento les prodigaron. Y lo que es peor para los que los acosan, ninguno de
ellos escapó, ninguno de ellos fue a tomarse cómodas vacaciones a España,
México o Suecia.
Ellos
son los presos políticos de este gobierno. Gobierno que
debe hacer buena letra no vaya a ser que alguien con un trapo blanco en la
cabeza les recuerde que en plena guerra, cuando moría gente que alguna vez fue “cumpa” de ellos, los que hoy mandan,
nunca defendieron a un perseguido, nunca presentaron un habeas corpus y nunca,
hasta no hace mucho, jamás abrazaron a
la madre de un muerto porque estaban ocupados haciendo fortunas con negocios
inmobiliarios.
Ellos
son los presos políticos que llenan los penales comunes.
Si los que les debemos la libertad, tuviéramos el mismo grado de decencia que
ellos tienen de integridad aceptaríamos que ellos están presos por todos
nosotros. Si tuviéramos solo una migaja
del coraje de ellos, estaríamos gritando por su libertad.
¡Estoy
con ellos!
NOTA:
Las imágenes y destacados no corresponden a la nota original.
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