
Finalmente, tantos años de cultivar la amistad del
físicamente decadente don Hugo Chávez
Frías parecen haber rendido frutos en la Argentina, ya que doña Cristina ha decidido imitar en
forma desembozada a su mentor y, quizás, hasta encabezar, en el futuro, al
grupo de países (Ecuador, Bolivia, Nicaragua y la propia Venezuela) organizado
por éste. Algunos de los empresarios más notorios de la Argentina han sentido
correr frío por la espalda y, corroborando esta certeza, han optado por
trasladar su residencia personal, al menos por un tiempo, al exterior del país,
preocupados por las anunciadas persecuciones que la Comisión Nacional de
Valores y la Secretaría de Derechos Humanos pretenden iniciar.

Ha armado milicias populares, que ha adscripto al
Ejército el cual, a través de la autorizada voz de su jefe, acaba de informar
al mundo que no tolerará una victoria de la oposición. En la medida en que don Chávez no pueda presentarse a
elecciones, sin duda Capriles –cuya
candidatura surgiera de una especie de interna entre todos los precandidatos
opositores- podría alzarse con el poder en Venezuela. El pronunciamiento de los
militares presagia, en ese caso, una tragedia civil.
Es que, detrás del moribundo Papagayo hay gente, como lo acaba de confirmar el tránsfuga miembro
de la Corte Suprema de su país, que se ha hecho inmensamente rica con las
prebendas obtenidas del poder –en general, succionando a PdVSA, la petrolera
estatal- y hasta con el tráfico de drogas, al cual el público apoyo brindado
por don Chávez a las guerrillas
colombianas no es ajeno. Esa gente, por supuesto, está dispuesta a todo con tal
de no perder sus conquistas económicas y, menos aún, su libertad; es consciente
de que el mundo actual no le permitiría un exilio dorado.
El discurso presidencial en ocasión de la promulgación de
la ley de la insólita confiscación a uno de los socios de YPF es una muestra
más de ello. La señora Presidente ha
dado, otra vez, una clase magistral de comunicación política -¡chapeau, Cristina!- y dejó en claro
qué espera, en el futuro inmediato, de empresarios y trabajadores: les informó
que deberán hacerse cargo de tapar los muchos agujeros que el “modelo” presenta.
Más allá de la incuestionable decisión de encomendar la
gestión técnica de la empresa a un técnico argentino con mucha experiencia
internacional, recalcó que la conducción político-estratégica quedará en sus
propias manos y en las de la nueva “juventud
maravillosa” de La Cámpora.
Enfatizó que, en esta nueva etapa de la petrolera nacional (¿no estatal?), no
tolerará la conducta de los antiguos contratistas de YPF, que la succionaron
hasta secarla, ni la presión de los gremios del sector, los mejor pagos –recordó-
de la Argentina.

El Gobierno en pleno –incluido el cada vez más eufórico
Guita-rrita- se autocongratuló por la confiscación triunfante, y doña Cristina no pudo menos que
aplaudir y agradecer a la oposición, más perdida que turco en la neblina. Hubo
pocos legisladores, muchos de ellos mujeres, con el coraje suficiente para
votar en contra de este disparate jurídico y económico, asumiendo el riesgo del
“escrache” de las usinas
comunicacionales del Gobierno, que pretende calificarlos como traidores a la
Patria.
Que esa autocomplacencia incluyera a “Él”,
a la propia doña Cristina, a don Pichetto y a tantos otros, que
fueron quienes motorizaron la privatización de YPF por don Menem –y cobraron muchísimo por ello: ¡cuando los encuentren,
pregunten a los desaparecidos fondos de Santa Cruz!- y, también a don De Vido, don Baratta y don Cameron,
que autorizaron el vaciamiento de la empresa por los Kirchner -¡perdón, por los Ezkenazi!-
y por Repsol, fue un cachetazo a la dignidad de los argentinos, sumando un
episodio más a la humillación generalmente consentida.
La Argentina carece de dinero como para enfrentar la
búsqueda y la producción de yacimientos de gas y necesita, ya con
desesperación, socios para hacerlo. Esos socios, como dije en mi nota anterior,
no vendrán en las condiciones actuales de precios y marco regulatorio. Una vez
más, hemos superado los 1000 puntos en “riesgo
país” y ello necesariamente se reflejará en los eventuales contratos que se
firmen con las grandes empresas mundiales; habrá que ver qué garantías
adicionales pedirán para venir aquí, donde traer dólares está permitido, pero
no sacarlos, y donde los contratos valen menos que el papel en el que se
escriben.



A su alrededor, y además de los jóvenes que se sienten
con derecho a ser vecinos del Vicepresidente
y de los demás integrantes de la pingüi-burguesía
en Puerto Madero, se nuclean ejemplares similares a los que se pueden
encontrar en el entorno del Palacio de Miraflores, en Caracas. Faltan, en la
Argentina, sólo los militares adictos –en realidad, doña Cristina tiene
algunos, pero son sólo generales de escritorio- para completar el cuadro.
Porque, como sabemos, el otro flanco –la prensa libre- ya
lo ha cubierto, con la compra -¿forzada por amenazas de violencia física o de
corte de la publicidad oficial?- del grupo Hadad,
que don Cristóbal López ha sumado al
ya inmenso mundo de los medios gubernamentales, oficialistas y obsecuentes.
A partir de ahora, habrá que mirar con más detenimiento
el escenario de las empresas concesionadas, muchas de ellas al borde de la
quiebra por obra de don Néstor
(q.e.p.d.), doña Cristina y don De Vido, pues sobre él se
desarrollarán las próximas escenas pingüi-chavistas,
antes de avanzar sobre las compañías privadas no adictas o, simplemente,
apetecidas por los emuladores del Papagayo
Caribeño.
Negros nubarrones continúan acumulándose sobre la
Argentina, aún cuando no los vea el 54% de la población que, en octubre, estaba
encantado con la señora Presidente
de todos y todas.
Bs.As., 6 May 12
Enrique Guillermo Avogadro
Abogado
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