Imaginar una nueva forma de hacer
política
Por Iván Petrella[1]
| Para LA NACION
Aceptar la realidad tiene por lo
menos dos connotaciones. Por un lado, supone no engañarse, ver las cosas
correctamente. En este caso, la aceptación pasa por el intelecto. Por otro
lado, puede suponer también resignarse a las cosas tal como están. Aquí la aceptación
ya no pasaría por el intelecto, sino por la voluntad y el deseo. En el orden
social, esta resignación puede resultar peligrosa: el peso del presente no debe
impedir imaginar un futuro próximo en el que pueda emerger una nueva clase
política con un espíritu distinto y una nueva forma de gobernar.
Una lux en la oscuridad |
Una nueva clase política. Del hartazgo y del compromiso surgirá una
nueva clase política en la Argentina. Serán personas que se meterán en política
cansadas de ver al país ir de un extremo a otro, como el vaivén de un péndulo,
o hartas de ver prontuarios agitados como argumentos, o de las
descalificaciones o las crisis, o cansadas de escuchar elogios hacia los tigres
asiáticos, los BRIC, el milagro chileno, colombiano o brasileño, o de ver por
televisión siempre las mismas caras, los mismos "sospechosos de
siempre" que se reciclan y se enriquecen no importa cuál sea el gobierno
de turno. De ver un país que no está a la altura de su potencial.
Será un hartazgo que no lleve a
la parálisis, sino que empuje. Su contracara será un enorme compromiso que va a
construir una Argentina que será uno de los mejores países del mundo. Lo dirán
así, abiertamente, sin titubeos y sin pudores. No tendrán vergüenza de pecar de
utópicos o ingenuos. No les surgirá de un nacionalismo exacerbado ni del
egocentrismo, sino porque saben que todo padre o madre quiere para sus hijos lo
mejor. Tal vez lo habrán escuchado de sus padres: "Quiero para vos lo
mejor". ¿Cómo podrán darles lo mejor a sus hijos si no hacen de nuestro
país uno de los mejores? Así de simple será el razonamiento.
Hay que trabajar y cambiar mucho, para mejorar nuestra posición en este ranking |
Esa nueva clase dirigente surgirá
de distintos ámbitos. Vendrá, por ejemplo, de una nueva generación democrática
que pide pista. Todo argentino en condiciones de votar nacido a partir de 1965
votó siempre y, si nació a partir de 1983, vivió siempre en democracia. Además,
en 2015, alrededor de 50% del electorado tendrá 40 años o menos. Surge una
mayoría que, por ejemplo, nunca convivió con Perón. Es una simple realidad
demográfica. Así, el país irá dejando atrás un durísimo contexto político
distinto al actual.
Pero no surgirá sólo de jóvenes.
La nueva clase dirigente estará también formada de políticos de la vieja
estirpe, que con vocación de servicio seguirán queriendo trabajar por el país;
hay gente valiosa en la política que incluso sufre más los fracasos por verlos
de más cerca. Por eso, la nueva clase política no responderá al grito estéril
del "que se vayan todos", sino a la demanda de "que se metan
todos", la convicción de que con mayor participación ciudadana, políticos
con experiencia y gente nueva se puede sacar el país adelante.
Hay gente valiosa en todos los
ámbitos, y la nueva dirigencia surgirá del mundo académico, del espectáculo, de
los deportes. No importa el origen, sino que todos quieran trabajar, con la
mirada puesta a futuro, por el mismo destino. La clave será la honestidad y la
humildad, la capacidad de escucha y el deseo de servir al prójimo, además de la
ambición de construir uno de los mejores países del mundo, ya que es ahí donde
se criarán nuestros hijos.
Un nuevo espíritu. La gran discusión de fondo de nuestra política
dejará de ser entre derecha e izquierda. Será entre los que ven a la política
como un ejercicio reivindicativo y los que la ven como uno aspiracional.
Reivindicar es reclamar lo que uno siente que le pertenece por derecho, pero ya
no tiene. Es la actitud que se encarna en gran parte de la política actual.
Aspirar, en cambio, es intentar conseguir algo que se desea. Simplificando, el
reivindicativo se levanta a la mañana y piensa: "Estoy mal, ¿de quién es
la culpa?", mientras que el aspiracional dice: "¿Qué puedo hacer para
estar mejor?". El primero se orienta hacia el pasado; el segundo, hacia el
futuro.
El espíritu reivindicativo es
incapaz de orientarse a futuro porque el acto de recuperación y búsqueda de
culpables requiere mirar hacia atrás. Se acentuó en la última década, con un
kirchnerismo que llevó la política del reclamo y la victimización a su máxima
expresión. Esto no quiere decir que no haya reclamos justos y culpables reales.
Pero en este caso la culpa de los males está siempre en el pasado y nunca es
nuestra: la dictadura, los 90, el neoliberalismo, los medios, las
corporaciones. Se dice que ellos son los culpables y que hay que recuperar lo
que nos sacaron. Por eso sus agrupaciones, incluso las juveniles, imitan la
retórica de figuras del pasado. Una aspiración, en cambio, no es una entidad
recuperable por la simple razón de que no se realizó. Necesariamente se orienta
hacia el futuro.
El escritor Washington Cucurto
expresa el hartazgo con lo reivindicativo en su poema "Los puentes
levadizos". Habla sobre los horrores de la dictadura y cómo le fue
inculcado el respeto por figuras como Walsh, Santoro y el Che. Después agrega:
"Ni mis padres, ni mis hermanos, ni mis primos, ni nadie del barrio Los
Pinos, en Berazategui, donde vivo, tienen nada que ver. Suena duro, pero no es
nuestra historia de vida. Para nosotros no hubo ni habrá política... El Che ni
un pelo me mueve, para mí es una estampa serigrafiada".
Todo extremo genera su reacción
equivalente. Tenemos que lograr que el pasado vuelva a ocupar el lugar que
principalmente le corresponde: el del pasado. Aprendiendo de él, pero también
dejándolo atrás. Así se abre un horizonte aspiracional para la política que
permite, finalmente, dirigir la mirada hacia el futuro. Lograr el equilibrio
justo entre los dos ejes es tarea fundamental de aquí en más.
Una nueva forma de gobernar. Gobernar, para algunas figuras
políticas de nuestra América latina, es encarnar la voluntad popular. Por eso
el gobernante pasa al frente como la cara visible del pueblo y su persona
importa más que su gestión. Por eso la crítica al gobernante es traición, ya
que es concebida como un asalto a la patria. Por eso también la búsqueda de
reformas constitucionales para perpetuarse en el poder.
Cristina eterna |
Gobernar en la Argentina del
futuro será gestionar. Aunque la palabra carezca de carga mítica, si una
gestión es buena o mala tiene implicancias enormes. De ella depende que un
chico viva en un hogar con cloacas o que una hija pueda salir a la noche sin
miedo a ser asaltada. Tragedias como Cromagnon, Once y la inundación en La
Plata demuestran que la gestión puede marcar la diferencia entre la vida y la
muerte. Gestionar es, simplemente, mejorar la vida de la gente sin hipotecar el
largo plazo ni fomentar divisiones y sin la pretensión mesiánica de salvar al
país. Es entender que el político no es más importante que el elector, que lo
que realmente importa son los intereses de los ciudadanos y no los de la casta
dirigente.
Me podrán decir que éstas son
sólo palabras que describen una realidad que quiero que exista, pero que está
lejos de realizarse. Tal vez. Pero uno de mis filósofos preferidos, el
norteamericano William James, alguna vez escribió que "nuestras
descripciones agregan al mundo".
Es hora de empezar a ver al país
de otra manera, no sólo para facilitar el surgimiento de nuevas fuerzas y
figuras, sino también para que cuando lleguen no nos tomen por sorpresa.
NOTA: Las imágenes y negritas no corresponden a la nota
original.
[1] El
autor es licenciado en Relaciones Internacionales (U. de Georgetown) y Ph.D. en
Religión y Derecho (U. de Harvard). Es además Director Académico de la
Fundación Pensar.